Líneas Quadratín
La resolución del parlamento catalán para reivindicar la memoria de las brujas, vista con escepticismo por actores políticos en España, es un importante paso no solo por esas mujeres del pasado, sino por todas las mujeres en general. Se ha mencionado que en aquellos casos de muertes crueles e injustas estaba presente el viejo patriarcado (es bíblico y se acuñó legalmente en Roma) la misoginia y la latente tipicidad del moderno feminicidio. En ridículo ha quedado el Partido Socialista de Cataluña al criticar que el parlamento se ocupe de esos casos, que considera menores, mientras los medios de ese país se dan vuelo con el divorcio de la ex infanta Cristina, del vividor Iñaki Urdargarín. A lo mejor esos son los temas importantes para el partido catalán. Lo que está latente además en esa resolución, es que los pobres, los diferentes, los que no tienen un asidero social de conveniencias, son siempre, entonces y ahora, los expulsados de los entornos, en este caso de la manera más violenta. En México la Inquisición también sentó sus reales, como en otros crímenes, en curanderas, sanadoras, mujeres libres, expuestas en su pobreza, pero amantes de los ritos sencillos que servían a la gente. La sombra siempre terrible del catolicismo y otras religiones, se erguía, no solo en Cataluña, también en México y en otras partes del mundo, como en Salem, que dio a conocer la infamia misógina de aquellos tiempos.
POCO HA CAMBIADO DE LA QUEMA DE BRUJAS. AHORA HAY OTRAS FORMAS
La resolución del parlamento catalán no solo reivindica a las centenares de mujeres llevadas a la hoguera, cuyos nombres ni siquiera fueron inscritos. Su acto a la par que censura a los valores establecidos de la época, lanza al mundo un reconocimiento a grandes escritores, poetas, pintores y cineastas, que hicieron de las brujas protagonistas importantes, como Shakespeare, en Macbeth, Goethe en Doctor Fausto, Miller en Las brujas de Salem y desde luego entre muchos, incluyendo autores infantiles, a Nathaniel Hawthorne que fue descendiente de un quemador de brujas. Por la descripción casi general de esos personajes a excepción de unas muy bellas, eran mujeres, había brujos también, de origen popular, de cierta viveza, un conocimiento de la cultura de las plantas y de ciertos animales. Mujeres que habían sido proscritas y podían vivir en cuevas, en montañas, o en barriadas, siempre irónicas, con sabiduría de pueblo, esquivas, a veces cómplices de poderosos para hacer un mal, pero en general mujeres sencillas que quizá en estos tiempos serían lideresas de barrio o quien sabe, a lo mejor buenas políticas. En la descripción que hace de ellas el parlamento, publicado por Armando G. Tejeda corresponsal de La Jornada, el 27 de enero, se les señala como “migrantes, pobres, sanadoras, con saberes sobre la sexualidad, y la reproducción, gitanas, viudas, y consideradas conflictivas.Todas ellas fueron estigmatizadas y señaladas por sus propios vecinos, como brujas y emponzoñadoras”. En grupos feministas hay mujeres que se asumen brujas y han incorporado el término de una manera positiva a sus luchas.
DE SALEM, LUGAR DE BRUJAS, SALIÓ EL GRAN NATHANIEL HAWTHORNE
Ha sido protagonista en otras ocasiones, de estas crónicas. Se trata de uno de los más grandes escritores americanos del siglo XIX, Nathaniel Hawthorne, admirado por otros grandes como Poe, Faulkner, James, Melville, y muchos mas. Su vida siempre estuvo marcada por el recuerdo de ancestros que habían sido quemadores de brujas, uno de ellos juez del lugar donde el escritor nació en 1804, Salem. Los pioneros que llegaron de Inglaterra en 1635, traían la concepción inglesa de las brujas y la aplicaron en América. Era la concepción medieval que se desparramaba por el viejo continente y que costaba la vida a miles de pobres mujeres acusadas, siempre de mala fe. La propia Juana de Arco tuvo esa connotación y murió en la hoguera, Hawthorne trató de borrar ese pasado que siempre reprochó y en algunos de sus libros hace mención del tema sobre todo en Las brujas de Salem, que Arhur Miller convirtió en drama teatral y fue llevada al cine. De alguna manera su obra cumbre de 1850, la Letra Escarlata, es un linchamiento público de la protagonista, aunque haya sido a través de la exposición con una letra en el pecho. Dentro de sus muchos libros, entre ellos La casa de los siete altillos de 1851 (Editorial Offset 1998) toca el tema de las malas herencias como cosas simbólicas y quizá pensaba en quienes más tarde asumieron la misma actitud de sus abuelos, estigmatizando a mujeres de otras manera. Escribió otro tipo de temas, humorísticos como Las tres muertes y con algo de ficción, como La hija de Rappaccini, que aquí fue convertida en opereta y en una revisión posterior participó en ella el poeta Octavio Paz.