Libros de ayer y hoy
Jamás en su larga carrera política Andrés Manuel López Obrador ha aceptado una derrota, y ahora se enfrenta a la más rotunda e inapelable de todas: la realidad le ha mostrado su proyecto es un fracaso.
En sólo 15 meses la 4T se ha desmoronado como un castillo de arena.
Igual que en todas las ocasiones anteriores, López Obrador ha reaccionado mal y no acepta que está equivocado, aunque en esta ocasión se va a llevar al país al precipicio junto con sus obsesiones.
La caída de México hacia las profundidades del desempleo, la pobreza y los delitos patrimoniales no tendrá límites mientras siga López Obrador en la presidencia con su negación de la debacle.
El presidente está en shock y es tarea urgente que salga de ese estado.
Con respeto a su investidura, alguien tiene que decirle que no puede seguir así.
El líder populista que entusiasmó a millones con un discurso vehemente que prometía mejores condiciones de vida y justicia para las mayorías, está destruyendo un gran país.
Nos va a enfrentar a mexicanos contra mexicanos.
Los empleadores serán los culpables de la pauperización de las clases medias y del sufrimiento de los sectores populares.
Ante el fracaso de su proyecto, López Obrador ha comenzado, políticamente, a delirar.
Y ahí el problema no es suyo, sino de todos.
El desenlace de este experimento basado en ocurrencias y una supuesta sabiduría popular, puede acabar en tragedia.
O con el desgajamiento de la nación.
Marcelo Ebrard, Olga Sánchez Cordero, Arturo Herrera, Claudia Sheinbaum, Ricardo Monreal, que son personas capaces y -en mi opinión- de buena fe, tienen la responsabilidad política de hacerle ver la realidad.
No puede haber mejores ingresos si no se crea riqueza.
Es imposible crear dos millones de empleos cuando la realidad nos dice que en tres quincenas se perdieron 753 mil puestos de trabajo formales.
Sólo en abril se perdieron 18 mil 500 empleos al día.
Anuncia el presidente un estado de bienestar que se financiará quién sabe cómo, porque la economía va a pique.
Sin mejoría económica no hay posibilidad de que el Estado obtenga recursos para atender sus obligaciones básicas.
La realidad le ha dicho a López Obrador que con su política económica no habrá crecimiento del PIB a cuatro por ciento, como prometió. Vamos a caer a -7, si bien nos va.
¿No va a crecer el PIB? Peor para el PIB opina el presidente , hay que eliminarlo como medición del comportamiento de la economía.
¿La economía va muy mal? Peor para la economía. Ya no hay que ser materialistas, sino fijarse objetivos espirituales y la felicidad del pueblo. Así lo plantea en su reciente ensayo «La nueva política económica en tiempos del coronavirus».
El pueblo no puede ser feliz si empobrece más. Si no hay trabajo. Si la delincuencia va al alza, los crímenes aumentan, la violencia contra la mujer es progresiva, y los carteles de las drogas se empoderan de una manera alarmante por ausencia de Estado.
Todo eso lo niega López Obrador.
Sostiene el presidente que va a llegar más inversión extranjera, cuando cambiamos las reglas y clausuramos sus proyectos con consultas populares ilegales.
Habrá más empleo si se cierran las fuentes de trabajo. Imposible.
En el mundo los países se pelean por tener inversión privada y así mover sus economías, pero aquí la secretaria de Energía emitió nuevas reglas para el Sistema Eléctrico Nacional que frenan la inversión privada en el sector.
Están en curso 26 proyectos en energías limpias, en pruebas y listos para iniciar, con inversión de tres mil 604 millones de dólares y la generación de 16 mil 200 empleos. Para abajo.
Y para abajo también 18 proyectos en construcción, con dos mil 821 millones de dólares en inversión y creación de 13 mil 317 puestos de trabajo.
Hay protestas de países que tienen empresas trabajando en México (de la Unión Europea y Canadá). «Este acuerdo se une al resto de las medidas, cambios en las leyes que atentan contra la inversión en energías renovables en el país…», dijo la embajada canadiense.
Ese es el mensaje del gobierno mexicano al mundo: no queremos inversión extranjera. Aléjense.
Se van a alejar, sin duda. Dejamos de ser un país confiable para la inversión extranjera.
A la inversión nacional se le castiga cuando hay que salvarla, y así atenuar los efectos de la recesión y los estragos de la pandemia.
¿El próximo año nos recuperamos?
No. Con empresas destruidas no será posible levantar la economía, hasta que se rehagan o surjan nuevas.
Desaparece el Seguro Popular y ahora se ofrece atención médica gratuita para todos. Pero este año de emergencia epidemiológica le recortaron mil 500 millones de pesos a la secretaría de Salud en el primer trimestre. No cuadra.
Con la obsesión petrolera, en los tres primeros meses de 2020 perdimos el equivalente a cuatro años el presupuesto de la secretaría de Salud.
El gobierno despilfarra y López Obrador le pide «a la iniciativa privada, a la sociedad», que se coopere para comprar respiradores artificiales.
Conacyt solicita a los científicos y académicos del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) que donen dos o tres meses del importe de sus estímulos para enfrentar necesidades urgentes derivadas de la pandemia.
¿Y el dinero del gobierno? Se lo gastaron en buscar más petróleo y en una refinería. Sobró, eso sí, para comprar un estadio de beisbol (que costó un tercio de lo que le quitaron a Salud este primer trimestre).
Fustiga AMLO al sector privado. «Que quiebren» las empresas que tengan que quebrar, dijo.
Nada más que ahí está el 94 por ciento de los empleos formales del país.
Manda a la quiebra a quienes generan los impuestos que permiten al gobierno funcionar, y el sueldo de los empleados mueve el consumo, el IVA, el IEPS.
Demeritó a las personas que tienen una profesión: el pueblo que no estudió sabe más que ellos, dijo.
Y se ufana públicamente, urbi et orbi, de que él terminó su licenciatura en 14 años y con un promedio de 7.8.
Así no se puede seguir. Sus colaboradores deben decírselo y sacarlo del shock en que se encuentra.
En los medios nacionales y extranjeros ve conspiradores, y a los expertos les tiene una particular inquina: cometieron el error -imperdonable para él-, de estudiar.
Por ahí no es el camino para que se sobreponga y corrija.
A los únicos que tal vez escuche, lo tienen que intentar.