Libros de ayer y hoy
Una tragedia: no hay plan
Pablo Hiriart
Tenemos en nuestra puerta la crisis más grande desde 1929 y el presidente López Obrador no anunció nada nuevo a lo que ya ha venido haciendo, como si el mundo siguiera igual que hace seis meses o un año.
Esa parálisis ante el derrumbe de la economía nacional y mundial va a derivar en que las empresas quiebren y pasen a manos del gobierno.
Por lo dicho ayer, el Presidente solo va a asegurarse de contar con el apoyo del Ejército y de sus clientelas electorales.
Ahí sí entenderíamos qué quiso decir con su expresión de que esta doble crisis le cae «como anillo al dedo al proyecto de transformación» que encabeza y llama 4T.
Hasta que el dinero se acabe, porque no habrá suficientes impuestos que recaudar, ni petróleo a buen precio para vender, y los recursos que utilizará para sostener programas sociales (útiles) y proyectos absurdos provienen de los fondos que le dejaron los odiados «neoliberales», y son finitos.
Una tragedia doble es la que se viene encima, y será peor que la de 1995 y 1982 (y esta generada desde el exterior, no por errores de políticos o empresarios en México) porque el Presidente antepuso la ideología a la recuperación.
En salud, lo expuesto por López Obrador fue un compendio de mentiras.
Luego de haberse burlado de los efectos del coronavirus («ni a influenza llega»), ayer se ufanó que desde febrero se alertó a la población para que tomara medidas («salgan a los restaurantes, a las fondas… dense abrazos, no pasa nada»).
Dijo que somos el país con menos casos, después de India. Obvio, si el gobierno obstruye que se hagan pruebas, tendemos muy pocos casos. Y como gran oferta para atender la pandemia anunció la compra de siete mil camas. Nada.
En lo económico el panorama es negro, porque a juicio del Presidente no hay urgencias que atender.
Los programas presentan la novedad de que a adultos mayores se les adelantarán dos meses sus pagos (no hay un mes extra ni nada de eso: un adelanto de un mes). Eso es todo.
El gasto del gobierno seguirá en lo mismo: Santa Lucía, Tren Maya, refinería Dos Bocas.
Cero apoyos a las empresas, salvo que se devolverá el IVA en los casos que por ley debe hacerse. Una tomadura de pelo: es su obligación devolver a quien pagó demás.
No hay plan de prórroga de impuestos a pequeñas y medianas empresas. Ni facilidades de pago a IMSS, a Infonavit.
No hay recursos para esas empresas que no tendrán acceso al crédito para sostenerse.
No hay un programa para sostener las cadenas de producción y suministros de productos básicos.
No hay un seguro de desempleo.
En síntesis: viene una brutal caída del consumo privado, de la inversión privada y de las exportaciones.
También tendremos brotes de pillaje e insurgencia social porque de algún lado habrá que obtener algo para comer y dar de comer a la familia: arrebatarlo a otros.
Viene una brutal caída de la oferta por el cierre de empresas. Habrá mortandad de unidades productivas.
Con la «no propuesta presidencial» se paraliza lo que los economistas llaman «demanda agregada» ( la gente, al perder sus empleos, demanda menos bienes y servicios y se colapsan las cadenas nacionales e internacionales de comercio).
Sin impulsar la demanda agregada no hay recuperación posible.
Aquí, con todo mundo en su casa, el gobierno no presentó siquiera una esperanza de evitar el quiebre de esas cadenas que sostienen a la economía, que es gente de carne y hueso, y posibilitarían la recuperación cuando la situación comience a normalizarse.
La falta de programas para evitar el colapso de las cadenas de valor provocarán que se contamine la cadena de pagos: empresas que se ven obligadas a dejar de pagar a los empleados, de pagar a sus proveedores, de pagar al fisco, de pagar a los bancos.
No hay que ser experto para entender que eso desata un efecto en cascada: los proveedores -que también son empresas, dejan de pagar su nómina, dejan de pagar a otros proveedores y así sucesivamente hasta el colapso general.
Cero medidas para evitar la ruptura de las cadenas de pagos.
El Presidente cree que apoyar a las empresas es «salvar» a esos señores gordos con cara de marrano que sus acólitos dibujan en su prensa incondicional, y se equivoca. Si les conceden plazos fiscales, los van a pagar a fuerzas, con sus ingresos.
Tenemos en el país al 95 por ciento de las empresas con menos de diez empleados y no serán sujetos de crédito porque el gobierno las mandó a la quiebra.
¿Por qué el Estado mexicano, que tiene capacidad de endeudamiento, no obtiene recursos para respaldarlas? Ni una palabra de eso.
A la quiebra. Y de ahí, las que le interesen al gobierno, las tomará en sus manos.
Por ahora el país tiene dos retos colosales: enfrentar la epidemia y la crisis económica (que ya había empezado con la caída -0.1 del año pasado). Ambas vienen de fuera y era el momento exacto para unir al país en torno a un programa sensato de defensa de la salud y la economía.
La respuesta del presidente fue ideológica y no de recuperación.
Se va a agravar la crisis porque al matar empresas el gobierno se quedará sin recursos fiscales para hacer frete a las dos crisis.
Una tragedia.