Libros de ayer y hoy
Las políticas educativas en casi todo el mundo han privilegiado la enseñanza de las ciencias naturales y las matemáticas frente a las humanidades.
Las razones son múltiples: la correlación del crecimiento económico con la
inversión en ciencia, tecnología e innovación; el impacto de la ciencia y la tecnología en los índices de bienestar humano y la importancia del desarrollo científico técnico en la industria armamentista, entre otras.
Como consecuencia de esto los sistemas educativos expresan en sus políticas gran claridad acerca de las capacidades y habilidades que debe
tener un estudiante, y un ciudadano en relación con las ciencias naturales y a las matemáticas.
No ocurre lo mismo con las humanidades, que son consideradas como una parte de la cultura general, con poca prioridad. Y aunque en los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad se manifiesta la intención de
contribuir a salvar el creciente abismo entre la cultura humanista y la cultura científico-tecnológica, estos estudios abordan el problema sólo colateralmente porque no reconocen que la realidad excede las capacidades de la ciencia natural, cuya potencialidad permite estudiar sólo una
parte del mundo.
No reconocer los límites del conocimiento científico, o verlos tan sólo como un obstáculo temporal y técnico que será superado con la paulatina refinación de los nuevos descubrimientos a través de aproximaciones
sucesivas, es reducir el problema a una posición secundaria.
El otro extremo es creer que las humanidades no requieren estudio alguno, cualquiera puede escribir sobre ética o filosofía como si se tratara de disciplinas nuevas a las que cualquier persona puede contribuir. En realidad, el pensamiento humanista es mucho más antiguo que la
ciencia misma.
El estudio del hombre como un todo y como un proyecto consciente es el campo más libre de investigación y cuestionamiento intelectual del que se encargan las humanidades.
El reto es el de ser capaces de mirar a nosotros mismos y enfatizar que no estamos sólo en el mundo, sino que formamos parte del mundo en una relación de compleja interdependencia. La poca importancia que se otorga a estas reflexiones nos convierte no sólo en analfabetas científicos
sino, sobre todo, en analfabetas humanísticos.
La capacidad o habilidad más importante deseable en toda persona alfabeta humanista, por así decirlo, es la de ejercer un pensamiento libre, sin pretensiones de dominio o asimilación de lo diverso. Uno de los roles más importantes de las humanidades en nuestras vidas es la práctica
permanente de la libertad intelectual y la liberación de todas las formas de autoritarismo, mediante el único mandato de evitar todo dogmatismo y populismo, buscando siempre una comprensión holística y rigurosa. Ser humanista es pensar y respetar el pensar.
Las humanidades, a diferencia de las ciencias, no son un conjunto de disciplinas, sino la encarnación de la totalidad del sentido del orden y propósito del hombre en el mundo.
En esta tarea la finalidad principal no es la construcción de teorías o el descubrimiento de leyes para explicar y predecir, o acercarse a la verdad; sino la interpretación de lo que ocurre a través de la comprensión, y el saber utilizar la experiencia de vida con la convicción de que las emociones
son tan importantes como la razón.
Es ejercitar una sabiduría práctica y prudente como una conciencia que se opone a una demarcación absoluta de la verdad. Este ejercicio de libertad es un ejercicio vital que nos compromete como se compromete un artista con su obra.
Al final, se trata de construirnos o reconstruirnos como humanos, dar forma a las disposiciones y capacidades naturales del hombre a través de la experiencia individual y colectiva de vida.
Concebir a las humanidades como saberes alternos a los científicos o como una resistencia que se opone al conocimiento de la ciencia es, por lo menos, ingenuo.
De hecho, la ciencia moderna surgió de las formas de cuestionamiento más antiguas, como la teología y la filosofía. La ciencia no puede abandonar al humanismo porque es el hombre quien la realiza.
Si aplaudimos los logros científicos, sobre todo por su capacidad explicativa y por sus aplicaciones, hay que abrazar con fuerza a las humanidades, cuyo valor más importante no es lo que podemos hacer con ellas, sino lo
que ellas pueden hacer con nosotros.