Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Federico Berrueto
De manera generalizada hay una reserva a los procesos internos competidos de los partidos para definir candidatos. Por diversas razones se aspira al consenso y se asume que la competencia compromete la unidad. Es una postura generalizada y sin un proceso democrático partidista que sirva de ejemplo o precedente positivo.
Debe diferenciarse la competencia para definir dirigencia de la de selección de candidatos. Son diferentes porque sus objetivos y tareas son distintos. Para el primer caso, se trata de definir a partir de los factores de poder al interior de la organización para conducirla antes, durante y después de los procesos electorales. “Democratizar” el proceso para elegir dirigentes en todo caso debe conciliarse con la tarea que deben desempeñar, no como representación ciudadana.
Situación distinta es la selección de candidato. En este caso los objetivos son tres: la representatividad programática de la organización política, la capacidad para desempeñar el cargo al que se aspira y la competitividad electoral que, para efectos prácticos es la prioridad.
El presidente optó por un singular método de selección de candidato. Además de anticipar los tiempos para el proceso interno, se invistió como árbitro y, para ganar credibilidad, concedió a quien no está como su favorito que los aspirantes tuvieran que renunciar a sus respectivos cargos y que pudiera haber encuestas espejo, para así validar el estudio de opinión a implementar por la dirigencia. Por otra parte, impuso que no hubiera debates para evitar que la competencia lastimara la unidad y a la favorita, y que el proselitismo tuviera como forma asambleas informativas.
Como campaña de posicionamiento no ha funcionado, y la unidad dependerá de que la ventaja de Claudia Sheinbaum se mantenga e incremente respecto a la de Marcelo Ebrard. Adán Augusto ha crecido, pero no representa una amenaza a la cohesión política, sino al contrario. El escenario ideal es que Adán o Claudia quedaran en primero y segundo sitio de las preferencias.
Por su parte, el Frente Amplio por México acordó involucrar de manera relevante al elemento ciudadano en la definición del proceso y la conducción. Las dirigencias partidistas concedieron a partir de la necesidad y de que su prioridad está en las elecciones legislativas. Su escepticismo sobre la presidencial les llevó a ceder en temas fundamentales. Perdieron control del proceso interno y subestimaron la respuesta ciudadana activada por el método y por la inesperada irrupción de Xóchitl Gálvez como aspirante a la candidatura presidencial.
El éxito inicial de la hidalguense ha reactivado la idea de que la competencia debiera suspenderse a través de la declinación a su favor de los competidores para unificar a la oposición y evitar el desgaste por el fuego amigo. Aunque esto parece razonable sería un error y parte de una percepción equivocada de la realidad. Es cierto que la senadora Gálvez ha unificado la opinión de muchos de quienes desean alternancia de que debiera ser la candidata. Sin embargo, a pesar del éxito de estas semanas, que posiblemente la llevaría a ganar la candidatura, todavía no trasciende a la base electoral del país; una proporción importante de los votantes no la conoce y por esta razón, López Obrador en su condición de jefe político del oficialismo, sale de manera ilegal con todo denostando en exceso y desproporción a la aspirante. La competencia es la forma más eficaz para ampliar el conocimiento de ella y de las otras opciones opositoras, además de que tiene efectos indiscutibles de legitimación hacia quien resulte el candidato o candidata; eventualmente, la hidalguense.
La otra consideración es que la apuesta de la oposición no debe ser erigir un jefe o jefa indiscutible y avasallante, sino un líder que represente al mosaico social y político del país, particularmente porque el eje de la oferta opositora ya en el poder es volver realidad el gobierno de coalición; sin duda, un paso histórico en la democracia y en el desarrollo político del país. Un proceso competido enriquece la propuesta y hace del liderazgo un ejercicio colectivo en defensa de la democracia y las libertades, hoy amenazadas por López Obrador, también, en la construcción de un proyecto político inédito y de alcances superiores.