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CIUDAD DE MÉXICO, 15 de octubre de 2018.- El agua de lluvia de la Ciudad de México no es apta para consumo humano directo, porque además de microorganismos, contiene aluminio, plomo, zinc, mercurio, arsénico y níquel, entre otros, revela un estudio del Centro de Ciencias de la Atmosfera (CCA) de la UNAM.
En las grandes urbes como la nuestra, resaltó Rocío García Martínez, la industrialización y la alta densidad poblacional tienen efectos adversos en la química de las precipitaciones pluviales, porque remueven de la atmósfera partículas y gases emitidos por fuentes naturales como la actividad volcánica, y antropogénicas, como emisiones vehiculares e industriales.
De acuerdo a un comunicado de la máxima casa de estudios, mediante un proyecto encabezado por ella, se dieron a la tarea de evaluar el agua de lluvia para conocer su calidad y las posibilidades de consumo humano directo.
Una de las conclusiones fue que debido a los contaminantes que contiene, sólo puede ser utilizada para tareas como lavar automóviles y algunos tipos de ropa, o para riego, pero no para consumo humano. “Para ello se requiere de procesos complejos de filtración y someterla a lámparas de ozono para eliminar microorganismos”.
Bacterias y elementos químicos en la lluvia
Las primeras lluvias de la temporada son importantes porque limpian la atmósfera de contaminantes, pero si tenemos dos días de precipitaciones, y tres o cuatro no, el aire estará de nuevo contaminado con humo y metales pesados.
Tras un aguacero, comúnmente la gente enferma, pero no sólo por la “empapada”, sino porque en ese líquido hay bacterias y elementos químicos dañinos para la salud, que ingresan a nuestro organismo de manera dérmica o por ingesta, explicó García Martínez.
Las enfermedades más comunes son las de tipo respiratorio, provocadas por los cambios de clima y la proliferación de microorganismos.
“Los síntomas son dolor de cabeza, ardor o dolor de garganta, diarreas y fiebre”.
En cuanto a los elementos químicos, las precipitaciones pluviales contienen óxidos de nitrógeno y óxidos de azufre, que al reaccionar con el agua forman ácido nítrico y ácido sulfúrico, que dan origen a la llamada lluvia ácida.
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