Libros de ayer y hoy
Teresa Gil
La carrera hacia el mar ya iniciada en este momento encubre por lo pronto dos contradicciones: en el peligro del Covid-19 por las aglomeraciones y la falta de cuidados y en el hecho de que la mayoría de los vacacionistas, sean creyentes católicos. Si la salud y la fe no les interesa, menos les debe preocupar que ciudadanos de un país laico, celebren con algarabía la llamada Semana Santa. Esto último está tan signado pese a las órdenes constitucionales, que los propios gobiernos crean en sus leyes los espacios de recreo para el disfrute vacacional y en esas mismas fechas de los calendarios omiten la actividad escolar y algunas labores importantes. Llegan al extremo de dar salida a su planta laboral los también llamados días santos, como si los días cotidianos de enfermedad y muerte que hemos tenido con la pandemia, tuvieran un rasgo de santidad. Eso nos lleva a la certeza del poco respeto que el medio oficial tiene para los no creyentes, pese a que aumentan año con año. Se puede entender la urgencia de reabrir la actividad turística tan importante en la economía y esa locura de lanzarse hacia el mar o en algún caso a las montañas, al campo o a la ansia pueblerina, por los días de encierro y soledad que generó este proceso. Pero el virus aún está vivo, los contagios siguen y hay el peligro de nuevos repuntes y sepas. Eso nos lleva asimismo a la certeza de la irresponsabilidad ciudadana de hacer caso omiso de que sus contagios, pueden ser los de los demás que omitieron, en respeto, las vacaciones.
EN EL MAR, CON ALBERT CAMUS, LA FELICIDAD, PERO TAMBIÉN EL PELIGRO FATAL
La tan lamentable muerte del Nobel argelino-francés Albert Camus, a los 47 años, le impidió profundizar tal vez, en esa negación de una creencia sólida, después de haber negado el existencialismo, el nihilismo, el marxismo, el cristianismo y otras corrientes. El mismo de alguna manera se situaba en el anarquismo. En su vida se reflejó esa corriente, en su apoyo a movimientos libertarios y en la cesión que había hecho de su vida, al actuar en la resistencia francesa durante la ocupación alemana en Francia. Su relación con la intelectualidad francesa de la época, con un Jean Paul Sartre que relucía, lo alejaba de posturas definidas si bien algunas se expresan en sus libros sobre todo en El extranjero. Su muerte, el 4 de enero de 1960 tres años después de haber recibido el Premio Nobel, fue si embargo muy sentida en el medio intelectual y en el mundo en general. Un hombre joven, talentoso, genial en muchos sentidos, que acababa de decir que su creatividad apenas empezaba. De su fin terrenal dejó en cambio a la posteridad, tres de sus grandes obras La peste, el Extranjero y la caída. Pero sus obras fueron muchas y hay cuentos y relatos conocidos, uno de los cuales hemos tomado como referencia para esta crónica : En el mar.
LA POESÍA EN PROSA DE SUS RELATOS NO PRESAGIABA SU FIN CONTRA UN ÁRBOL
La muerte de Camus fue controvertida. Para unos iba solo por la carretera de Borgoña, en un carro que le había prestado el editor Michel Gallimard. Para otros, este conducía el carro con Camus a la derecha y atrás su familia. El Nobel murió al estrellarse el carro en un árbol. Algunos dados al chisme como El País, The Guardian y otros, dijeron que la KGB podía haber creado el accidente. El no estaba con el marxismo pero no era anticomunista. Por lo tanto la aseveración de esos medios derechosos en ese tiempo (y ahora), quedó eliminada. En su libro de relatos, El Verano, Bodas (Ediciones Gallimard, Edhasa 2000), Albert Camus regresa a su infancia, a los recuerdos de su Argelia cuando era niño y soñaba con un mundo que era impredecible. Para los recopiladores de este libro, es el mas poético que escribió y así es. Poesía en prosa. Esos editores destacan en la contraportada su opinión sobre el mar, que es el mismo de aquí, que ahora buscan los vacacionistas mexicanos, comprensible, pero peligroso. “Crecí en el mar y la pobreza me fue fastuosa; luego perdí el mar y entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable”. El relato En el mar, es poesía pura, un recorrido por el mar, por los rincones húmedos que conocieron los grandes navegantes, los sitios extraordinarios, la llegada a los mares del sur, las gaviotas, la luna, las estrellas y las constelaciones en el cielo, los pies desnudos de los marineros que golpean la cubierta y el recuerdo de los niños de su infancia que gritaban ¡Al mar, al mar! Pero de pronto, el escritor, poeta y Nobel cierra la dimensión de sus recuerdos, con un alerta: el peligro del mar que se relaciona con la vida: ”Deliciosa angustia de ser, exquisita proximidad a un peligro del que no conocemos el nombre; ¿quiere entonces decir que vivir es correr a la perdición de uno mismo? De nuevo sin espera, corramos a nuestra perdición”.