Libros de ayer y hoy
Poe y Chesterton y la delación como desfogue de culpa o de jolgorio
La decisión de la señora Rosario Robles de convertirse en testigo protegido, ratifica que ese estatus por no llamarlo de otra manera, se ha convertido en un mecanismo de descarga, en varios sentidos, que el régimen reproduce de otros países y de los esquemas tercer mundistas que usó el sistema priísta. Ya tiene a su disposición además, a los muy publicitados Emilios, Lozoya y Zebadúa. La historia del soplón, de la madrina utilitaria, del oreja, del chismoso de paga, para usar solo unos cuantos nombres, cubre largas épocas en la vida del sistema mexicano. El personaje fue usado no solo contra los opositores políticos sino contra los mismos aliados que convivían cuerpo a cuerpo en el manejo del poder. Los orejas y sus muchos métodos incluyendo en los últimos tiempos complicados aparatos modernos como los Pegasus de Israel, para usar el último grito de de la tecnología, no eran sino la parte delatora de esa tecnología para tener controlado al enemigo, opositor, aliado o como se llame. Para la voz popular siempre fueron orejas y así se llamaron a los que entraban a las células del Partido Comunista Mexicano, con rostros de presuntos querubines, para luego llevar todos sus descubrimientos a la Secretaria de Gobernación. La historia es larga y surtida. El cine ha hecho su agosto, sobre todo en tiempos de grandes conflictos con los espías dobles, con el gran funcionario que en realidad era un traidor y en alguna novelas, es a veces la hija o el padre, los que se movían en contra de su propia familia comprometida con una causa.
EL CORAZÓN DELATOR, DE EDGAR ALLAN POE Y LA EXPRESIÓN DE LA CULPA
El uso de la culpa, la conciencia que traiciona a un criminal y lo descubre, no parece ser el caso de los delatores que se mueven ahora para dar cuenta de lo que pasaba en los intersticios oscuros de los pasados gobiernos. Es una relación utilitaria la suya, para mejorar su posición de indiciados y lograr disminución de penas. Grandes escritores como Edgar Allan Poe, usaron mucho el recurso de la delación a partir de vivencias que solo experimentaba el criminal, ante el estallido de su sentimiento de culpa. Eso lo exhibe en El corazón delator, relato publicado por primera vez en 1843, en el que un hombre que ha asesinado a un anciano que creyó que lo vigilaba con un ojo extraño, considera que el corazón de su victima lo descubre con fuertes latidos, escondido en unas tablas de su cuarto. Eso lo podemos ver también en El gato negro, en el que el propio gato con fuertes maullidos delata al criminal, cuando al final solo encuentran a un animal muerto y lapidado. Poe usa el recurso en La caída de la casa Usher con un corazón que late y que un visitante a la mansión también escucha horrorizado, al comprobar que es el corazón de la bella hermana del dueño de la casa, que ha muerto. Usa el escritor la metáfora del hundimiento de una generación, en la muerte irremediable de sus miembros.
PARA CHESTERTON, LOS DELATORES VIVEN EL JOLGORIO DE SU PROPIA DELACIÓN. El hombre que fue jueves, que ya hemos mencionado en otras ocasiones, es una de ls obras cumbres de G. K. Chesterton, el gran escritor inglés. La primera edición mexicana allá por los años veinte tiene el añadido del prólogo de un Alfonso Reyes muy joven. Novela corta más bien, se divide en episodios en el que varios opositores al gobierno, que los considera terroristas, se mueven en varios lugares y dimensiones mientras hay delatores oficiales inmersos en el misterio y la búsqueda del secreto acusador, para llevarlos a las esferas policíacas de Scotland Yard. Pero uno a uno se va descubriendo ante el presunto opositor, como miembro de esa policía, con la propia confesión del otro, que demuestra que también es policía. Así se va perfilando la novela del autor de La Espada y la Cruz y Los negocios raros, entre muchas obras, hasta que al final, el más misterioso de todos los presuntos terroristas, un hombre gordo como en la vida real lo era Chesterton, resulta ser nada menos que el jefe de todos los que fingían ser delatores para llevar información a sus mandantes. La novela crece en el jolgorio cuando se descubre que todo es parte de un sueño que ha tenido el protagonista, que al final, como una salida poco utilizada por el autor, termina en un feliz encuentro de enamorados. Cosa que no creemos que ocurra en el caso de los delatores mexicanos, menos con una madura Rosario, cuyas andanzas románticas tan comprometidas en el pasado, le dieron la pauta en su propio ascenso y ahora en su declive.