Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Lenia Batres Guadarrama, la nueva ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, designada nada más y nada menos que por el presidente Andrés Manuel López Obrador de forma directa, al haber llegado a un impasse donde el Senado de la República no aprobó las ternas presentadas por el pequeño tirano habitante del Palacio Nacional, en una jugada que todo el mundo esperaba, desafortunadamente, y que comienza con la dimisión del ministro Arturo Zaldívar. Este hecho se inscribe como un lamentable momento histórico para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde efectivamente, el factor político ha intervenido de una manera completamente invasiva en un poder que debía ser independiente. Ni en las peores pesadillas de quienes forjaron nuestra Constitución se previó todo este absurdo desbarajuste.
Está claro para todos que la ley es un concepto escrito que se sostiene dentro de los libros que conforman nuestra legislación como nación. El conjunto de leyes es el sistema nervioso de toda nuestra patria, de la administración pública, de todo lo que hacemos, pensamos y decimos los mexicanos por un acuerdo que llamamos República, como cualquier nación, pero las leyes no funcionan por sí solas, requieren la intervención humana constante. No solamente para ejercerlas, dirigirnos en el uso de ellas, aplicarlas e interpretarlas, también para mejorarlas, derogarlas ante su inutilidad u obsolescencia, que proviene muchas veces de los cambios en el mundo y del progreso de nuestra civilización. Igualmente, se ocupa el factor humano para crear nuevas, y por supuesto, para defenderlas. Este es uno de los trabajos más sagrados dentro del ámbito de la función pública. Desde que se inventó el concepto de gobierno, cada regla busca ser respetada, aplicada y defendida por aquellos que de mutuo acuerdo convienen en crearla y acatar.
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