Líneas Quadratín
Por: Pablo Hiriart
MÉXICO, 10 de febrero del 2017.- El mundo se ha quedado sin liderazgo. Y los vacíos se llenan.
No puede ser que los valores esenciales del liberalismo económico sean abanderados por un país comunista.
Con la apertura de su economía y la liberalización de su mercado, China sacó de la pobreza a 800 millones de habitantes. Y va por pobreza cero en una década.
Lo hizo de la mano de Adam Smith, a quien de alguna manera desprecia el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Estados Unidos renuncia al liderazgo de los valores occidentales surgidos de la Ilustración y de su propia acta de Independencia.
Cierra su economía, trata de manera diferente a quienes “fueron creados iguales”, rezuma hostilidad hacia sus aliados políticos y militares.
Niega la globalización, el libre comercio y el cambio climático, mientras China abraza esas banderas (ver discurso de Xi Jinping en Davos).
¿Puede una potencia negarse a sí misma, a su historia y a sus valores, y salir indemne?
Claro que no. Va a colisionar contra sus instituciones, contra las minorías empoderadas (compuestas por seres humanos que “fueron creados iguales”) o contra el mundo porque va en sentido contrario.
Ese Presidente no va a durar. Al menos no sin causar un daño enorme a la civilización occidental, a su grandeza como país y a sus aliados.
Donald Trump es un coche sin dirección ni frenos que va de choque en choque y tarde o temprano se va a estrellar en serio.
Lo anterior podría implicar un conflicto internacional que ponga al mundo en riesgo.
Por ejemplo China no está dispuesta a soportar una sola majadería más del presidente de Estados Unidos.
Al hablar por teléfono con la presidenta de Taiwán, Trump cruzó una “línea roja” de la que nadie sale bien librado.
Le faltó el respeto a China, y en ese país no bromean: saben esperar el momento para devolver el golpe.
Para su fortuna lo hizo como presidente electo, sin haber asumido el cargo oficialmente, porque de volver a hablar con una persona que no es reconocida como la presidenta de ningún país -pues hay una sola China-, las consecuencias serían inmediatas.
Su frenesí declarativo contra China se ha moderado… por ahora. Volverá a la carga, porque Trump no conoce frenos y sus obsesiones lo rebasan.
Ayer mismo tuvo otro choque, con el poder judicial de su país.
Ya le habían echado abajo, por inconstitucional, el decreto que prohibía la entrada a EU personas que nacieron en países de mayoría musulmana.
Ahora lo frenó la Corte de Apelaciones y va escalar el conflicto hasta la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos.
¿Qué va a dictaminar la Corte? ¿Va a convalidar que la religión es un condicionante de derechos civiles (entrar o no entrar a un país “libre”)?
Puede ocurrir, pero el costo será elevado. Ya lo veremos en las calles, o cuando se junte ese problema con otro acto de rechazo o violencia hacia latinos o afroamericanos.
Trump ha emprendido una cruzada declarativa contra la prensa. Contra la gran prensa de Estados Unidos que es una de las instituciones fundamentales de esa democracia.
Ahí también hay una “línea roja” que el presidente de Estados Unidos no puede cruzar.
Y también la quiere atravesar. Un par de actos más de intento de censura a comunicadores o medios de ese país y habrá respuesta.
Menos de un mes lleva en el cargo Donald Trump. O cambia o se va a estrellar. Es que va contra el sentido.