Líneas Quadratín
En México como en el mundo, el confinamiento al que hemos sido sometidos por la pandemia del coronavirus, trastocó las condiciones de convivencia, que no se podrá recuperar hasta que exista una vacuna o alguna solución médica para enfrentar al COVID-19.
La economía ha sido la primera afectada con graves consecuencias para un amplio número de hogares, en donde algún miembro de la familia perdió su principal fuente de ingresos.
El efecto del aislamiento como medida sanitaria precautoria ya cobró un millón de fuentes de empleo, según información del IMSS, sin que esa cifra pueda ser definitiva porque los efectos del virus prevalecen en varios de los estados en donde se concentran las plantas productivas del país.
Bajo esa tendencia, es muy probable que este fin de semana se rebasen las 20 mil muertes, que agravarán el dolor y la angustia de las familias porque la inexistencia de un programa de recuperación económica impedirá que muchas empresas micro, pequeñas y medianas, que satisfacen el 90 por ciento del empleo, no alcancen a recuperar la dinámica necesaria para mantenerse vivas.
Lo peor, es que se juntaron dos problemas: la necesidad de reactivar a la economía y la persistente fuerza del coronavirus que, frente al desconfinamiento, amenaza con desarrollar una segunda ola de contagios, que obligaría a un nuevo proceso de aislamiento de la sociedad, quizá con reglas más rígidas para su cumplimiento.
El confinamiento no solamente ha cobrado vidas, sino que derrumbó a la economía global para someterla a una crisis que no se había visto en casi un siglo, de la que México no se ha librado y cuyas consecuencias pueden significar un peligroso retroceso.
Arturo Herrera, el secretario de Hacienda declaró hace una semana que, por efecto de la pandemia, la economía mexicana se desplomó -17 por ciento en abril, aunque el deterioro “tal vez un poquitito menos en mayo y en junio”, lo que representa un problema para la sociedad.
Las crisis en el pasado, no han sido tan nocivas como la actual, inclusive el Fondo Monetario Internacional (FMI) reconoce que desde la de América Latina en la década de 1980 hasta la de Asia en 1990, incluso la crisis financiera mundial de hace 10 años tuvo efectos más leves en el producto mundial.
Por primera vez desde la Gran Depresión, tanto las economías industrializadas como las de mercados emergentes estarán en recesión cuando menos en 2020 y las consecuencias serán devastadoras para los pobres en todo el mundo y tendrán efectos nocivos también para las clases medias.
Esa es la magnitud del problema y por eso, muchos gobiernos buscaron la manera de contener sus aparatos productivos, especialmente a los que ocupan más mano de obra, a fin de que el daño socioeconómico no sea profundo y ni prolongado.
Los riesgos de la recuperación, advierte el FMI, son impredecibles porque la crisis ha golpeado fuertemente al sector de los servicios. En una crisis típica, el más afectado es el sector manufacturero, como consecuencia de la caída de la inversión, en tanto que el efecto en los servicios es generalmente atenuado porque la demanda de bienes de consumo se ve menos afectada. Esta vez ha sido distinto.
Durante los pasados tres meses del confinamiento, la contracción de los servicios -con excepción del financiero- ha sido más marcada que la de la manufactura, y se observó por igual en las economías avanzadas que en las de mercados emergentes como México en donde el desempleo se observó en el turismo, alimentación preparada y limpieza, entre otros.
La expectativa es que la recuperación sea muy rápida porque los problemas no han sido por el lado de la demanda; de ahí que la inflación sea muy baja con excepción del precio de los alimentos.
El problema que viene es el de construir un clima de confianza y credibilidad en las políticas públicas, lo que no se ve con claridad ni podrá ser sencillo cuando las gestiones de gobierno insisten en polarizar a las fuerzas productivas en lugar de convocar a la unidad nacional.
@lusacevedop