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QUERÉTARO, Qro. a 15 de agosto de 2016.- Entre montañas de tierra caliza y pinos carrascos, enfrentado al Mediterráneo, se alza un edifico majestuoso.
Ni los boquetes en sus muros, ni las burdas firmas grafiteras, ni sus ventanas desvencijadas, ni los azulejos arrancados impiden apreciar la antigua opulencia de lo que fue uno de los hoteles y balnearios más lujosos de España, antes de convertirse en preventorio para niños tuberculosos.
La elección de su emplazamiento, su sobria y rotunda arquitectura, la excelencia de los materiales originales que aún perviven y su espléndida terraza al mar (aunque hoy crezca la maleza entre sus expoliados mosaicos) se imponen en la primera impresión, publica El País.
En la segunda, surge de inmediato una pregunta: ¿cómo es posible que un sitio tan extraordinario, a 25 minutos en coche de la turística Benidorm y a 20 del aeropuerto de Elche-Alicante, muy cerca de las playas pero sin su humedad por sus 500 metros de altitud, donde aún brotan calientes las aguas termales y donde sólo rompe el silencio el sonido del viento entre los árboles y la fricción de los grillos, cómo es posible que un lugar así se encuentre en tal estado de abandono?
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