Descartan fuga de químicos en Agrogen, vecinos reportan olores fuertes
QUERÉTARO, 2 de noviembre de 2014.- El olor a flores, comida y tierra recién mojada invade el cementerio de Hércules. Música, rezos, risas y recuerdos llenan cada una de las tumbas del panteón.
Desde primera hora, María Isasi Ortega viuda de Reséndiz citó puntualmente a sus once hijos para recordar a su esposo, con quien vivió 54 años de casada, así como llevar flores a sus suegros y sus propios padres, todos enterrados en el mismo lugar.
Hace seis años perdió a su marido, “el fuerte, se murió el fuerte decían los muchachos y aquí nos juntamos todos, puede faltar alguno por alguna preocupación, pero aquí vienen, porque aprendimos a ser muy unidos”.
Con 18 nietos, María planea ser enterrada en el mismo panteón, con la confianza de que sus hijos y sus nietos continúen la tradición de recordar a los muertos, de mantenerse juntos, de hacer de la vida “una fiesta”.
“Todo el tiempo que vivió él estuvimos muy unidos. Él rea muy recio, muy fuerte y muy unidos. Siempre mis hijos compartimos muchas fiestas y hoy yo los cito y vienen. Cuando yo muera a ver quién sigue”, ríe María.
Su hija menor recuerda que desde niños sus padres los levantaban temprano a llevar flores a las tumbas de los abuelos y se convirtió en una tradición muy bonita, que les toca conservar.
“Aquí en Hércules la tradición es hermosa porque el día de hoy se llena de flores, la gente viene, llegan a misa, se reencuentran familiares que no se han visto en años, que nada más en estos días es cuando se ve y la comunidad de Hércules es bonita por sus tradiciones”, afirma la hija de doña María mientras acomodaba las flores.
Trabajadores del panteón suben y bajan los caminos empinados del lugar para llevar agua que tiran cada tantos pasos, a cambio de una propina, 10 o 20 pesos, para que las personas laven las lápidas y coloquen las flores.
Afuera, la fiesta es para los vivos: nieve, agua, comida, ramos de flores de tres pesos hasta arreglos complicados que superan los 200 pesos y juguetes de todos los precios para los niños, que lloran de cuando en cuando porque exigen un caballo de madera o una máscara de horror.