Querétaro, golpe a la impunidad
Esta vez dejemos de lado la insana distancia con la realidad internacional para atisbar el lejano horizonte ucraniano; prestar atención a un foco rojo encendido en señal de amenaza para la paz.
La internacionalista Iliana Rodríguez Santibáñez, académica del “Tec” de Monterrey –campus Ciudad de México– nos ayuda a entender la nueva disputa por Ucrania.
Para comenzar, los peligrosos niveles de tensión en aquel ombligo de la discordia son motivo suficiente para escuchar de nuevo los ecos de la guerra fría a 25 años de la caída del muro de Berlín.
Las disputas entre Rusia y Europa, la importancia geopolítica de Ucrania y Crimea y hasta las obsesiones personales de Vladimir Putin complican la posibilidad de acuerdos definitivos.
El derrocamiento del Primer Ministro Víctor Yanukovich –incondicional del Kremlin– precipitó la movilización de 16 mil tropas rusas en Crimea apelando al principio internacional de la autoprotección ante el riesgo que corre la población ruso-parlante tras la caída del régimen legal.
Para el gobierno ruso, la importancia de Ucrania y Crimea es simbólica y geográfica. Crimea es la puerta de entrada al Mar Negro… y mantener a Kiev bajo su influencia representa reafirmar el poderío de la gran potencia de Europa del Este.
Para la Unión Europea y Estados Unidos el tema es puramente estratégico.
Por Ucrania circula el 30 por ciento del gas natural que abastece al continente europeo. Del control de esa región depende el abasto energético de países como Alemania, Austria, Francia, Hungría y Polonia. Este hecho explica el por qué de la ayuda financiera anunciada por Washington –y hoy jueves desde Bruselas– con la canalización de casi 16 mil millones de dólares, los cuales ayudarían a Kiev a salir de la emergencia y de paso, reducirían la dependencia con Rusia, mantenida a fuerza por el derrocado Yanukovich.
Occidente pretende cerrar la pinza con amagos de sanciones económicas contra Rusia. Moscú no se queda de brazos cruzados; amenaza confiscar activos de empresas pertenecientes a las naciones rivales a su política en Ucrania.
Si la tensión persiste y se cumplen las advertencias en uno y otro bando, el resultado podría ser catastrófico.
Más allá de una posible intervención militar, el choque de fuerzas amenaza con poner fin a dos décadas y media de acercamiento y diálogo. Se cortaría de tajo cualquier posibilidad de entendimiento en temas tan sensibles como el control nuclear y el freno al desarrollo de la energía atómica en países contrarios a los intereses de occidente.
El arreglo se complica por la división persistente en la propia sociedad Ucraniana. Encuestas y elecciones muestran una profunda polarización a ambos lados del río Dniéper… entre la mitad simpatizante con Europa y la mitad proclive a Moscú.
No sería remoto el inicio de un proceso de balcanización del territorio ucraniano.
Al otro lado de la crisis, los esfuerzos diplomáticos europeos se concentran en un reacomodo moderado con la conformación de un estado confederado, con provincias autónomas, pero sin total independencia.
Apenas inicia la partida de ajedrez político. La lucha promete ser larga y desgastante… y el desenlace, imprevisible.
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