Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Para participar activamente en la opinión y el análisis que aquí les propongo hoy para entender la manifestación multitudinaria del pasado domingo, se requiere de una buena dosis de imaginación.
Imaginen, por un momento, a un líder social formidable, que luego de 25 años de lucha callejera, aparece frente a un espejo en el que él mismo empieza a borrar la exitosa imagen que ve frente a sus ojos.
Nuestro hombre imaginario se llama López Obrador y luego de ser un modesto líder pueblerino y bananero, hogaño aparece como el hombre más poderoso de México, viviendo en el mayor Palacio imaginable.
Sin embargo, de manera repentina, Obrador empieza a borrar del espejo las pruebas que atestiguan uno de los instrumentos más poderosos de acceso al poder; las imágenes de miles de manifestaciones callejeras y marchas que le valieron popularidad y aceptación, al tiempo que insulta a quienes hoy se manifiestan en las calles contra los afanes dictatoriales de López.
Así, de un plumazo, el presidente borra una parte esencial de sí mismo; la protesta callejera, hoy no solo es satanizada sino que le significa exhibir otra mentira flagrante.
Y es que apenas el 29 de septiembre del 2020 el presidente mexicano había dicho que a la primera manifestación de cien mil personas en su contra renunciaría al cargo para irse a su rancho: “La Chingada”.
Pero a la primera auto-derrota –a la negación del valor de la protesta callejera–, López Obrador sumó otro flagelo.
Resulta que en sus afanes vengativos el “señor de Palacio” decidió borrar de su historia personal uno de los episodios más significativos que permitieron su acceso al poder presidencial.
Obrador dijo que José Woldemberg –el primer presidente del IFE y voz central de la marcha del pasado 13 de noviembre del 2022–, había llegado al entonces IFE gracias a una imposición del ex presidente Zedillo.
¡Falso de toda falsedad! ¿Y por qué es falso?
Porque en su momento –en 1996–, aquí documente la forma en que López Obrador propuso a “Pepe Woldemberg” como presidente del INE para frenar a un poderoso y potencial presidenciable de la izquierda mexicana de aquel tiempo; el inteligente Jorge Alcocer, quien ya desde entonces adivinaba en AMLO a un potencial dictador.
Pero acaso la mayor negación de AMLO resulte la propia reforma electoral de 1996; esa transición democrática que sentó las bases para que dos décadas después llegara al poder el propio López Obrador.
Y se trata de una negación –y de otro borrón en nuestro ejercicio imaginativo–, porque el propio Obrador luchó con uñas y dientes por la independencia del INE y del Tribunal Electoral; premisas que hoy intenta borrar el presidente mexicano.
Y es que el propio López defendió –con uñas y dientes–, no sólo el financiamiento público a los partidos –para impedir la entrada de dinero negro y sucio a las elecciones–, sino que llegó a decir que el crimen organizado debía estar fuera de las elecciones en México.
Por eso, en aquel 1996 el propio AMLO propuso que la reforma electoral que haría posible la transición democrática, debía partir de la independencia de los órganos electorales y, sobre todo, de que el poder presidencial estuviera lo más lejos posible de las elecciones.
Hoy, sin embargo, ya en el poder presidencial, López Obrador propone regresar al viejo esquema de partido único que controla toda la estructura electoral, sobre todo el Padrón, el financiamiento a los partidos, el recuento de los votos y todo aquello que resulta la clave para la independencia de las elecciones en México.
Pero acaso la mayor derrota de AMLO –y la victoria más sonora de los ciudadanos en la manifestación del pasado 13 de noviembre del 2022–, es que los votantes, los mandantes y los mandones en México –los ciudadanos–, le gritaron en su cara al dictador que “con la democracia mexicana no se juega”.
Y la advertencia no es menor, sobre todo porque el presidente mexicano es un político que se derrota a sí mismo.
Lo más rescatable, sin embargo, es que gracias a las locuras, dislates y torpezas del presidente mexicano, los ciudadanos hoy son dueños no sólo de la calle sino de su futuro.
Al tiempo.