Los límites de la complacencia
México pierde el control de su territorio con una rapidez escalofriante, con un nivel de violencia que oscila entre los 80 y los 120 asesinatos dolosos por día, los que nos coloca en uno de los primeros cinco lugares de criminalidad del mundo, en el Top Ten, para recurrir a una vieja imagen radiofónica. Pero, ¿qué fue lo que paso?, ¿cómo es que llegamos a este lugar?
Escribía apenas hace unos días sobre la relación entre el Estado de Derecho y la impunidad, pero hay que reconocer que el asunto es mucho más complejo, y esa complejidad tiene que ver también con el fracaso del Estado nacional como poseedor único del derecho al uso de la fuerza, poder cedido por los ciudadanos para que proteja, antes que nada, su vida y propiedades. Cuando renuncia a ésta que es su primera obligación como depositario del poder del Estado, el gobierno empieza por ceder responsabilidades y acaba por perder territorios. Y eso es precisamente lo que estamos enfrentando hoy en México.
Como bien saben los clásicos, no hay nunca vacíos de poder. Éstos son llenados inmediatamente por otros poderes. En México hemos llegado, por poner un ejemplo, a la doble tributación de impuestos. Por un lado debemos pagarle al SAT con su fiscal de hierro, que tanto me recuerda a la inefable Margaret Thatcher británica, y por otro a las múltiples bandas que operan en todo el país y que reclaman su ISPT, es decir el derecho de piso para poder trabajar, o vender o hacer negocios, o simplemente sobrevivir sin que seamos víctimas de un secuestro o de algo peor. El chantaje funciona porque no hay autoridad estatal, porque nadie los persigue, porque se saben impunes. Y así avanzan en el control territorial del país.
Asaltan trenes mediante bloqueos que nadie impide, pueblos enteros viven de la venta de gasolina o gas extraído de los ductos de Pemex, recordar si no Tlahuelilpan, con más de cien muertos, o se convierten en santuarios para los delincuentes, como ocurre ya en varios estados. Pero no sólo en pueblos serranos, también en las ciudades de todo tamaño y en la misma capital del país. La población prefiere proteger a los delincuentes, que conviven con ellos y de los que reciben pingües beneficios, que confiar en unas autoridades ausentes y saqueadoras. Los saqueos de mercancías se ha vuelto el pan de cada día, y nadie parece querer detenerlo.
Mientras, el crimen se fortalece. Avance lento pero constante en la conquista de territorios que nadie les disputa. México me recuerda cada vez más a la Sicilia de El Padrino, donde las autoridades del gobierno dependían del favor de las familias de narcos.
La debilidad del gobierno actual frente al narcotráfico y las empoderadas mafias trasnacionales, por la renuncia al ejercicio de la violencia legítima, nos lleva aceleradamente hacia un Narcoestado, donde nos gobierne directamente Don Corleone, un tipo bonachón y aparentemente pacífico que mantiene el poder mediante una violencia oculta y despiadada, que por si fuera poco nos librará de las molestias inherentes a la democracia.
Desde los años que siguieron al fin de la Revolución, a la que siguió una década sangrienta que casi igualó las víctimas de la guerra civil que vivimos, los mexicanos no habíamos enfrentado una situación que pusiera en riesgo todo lo que ganamos a lo largo del siglo XX y lo que va de éste. Tal vez, no lo sabemos, Don Corleone esté ya listo para tomar el poder, sin más intermediarios. O ¿será que ya nos gobiernan y no nos hemos percatado?