Denuncian humillaciones a detenidos por policías municipales en Guanajuato
CIUDAD DE MÉXICO, 3 de agosto 2014.- Javier Méndez Ovalle, ahora conocido como el asesino de Tlatelolco, tiene una enigmática personalidad y detrás de su imagen de “genio” esconde alteraciones severas de conducta que lo llevaron a asesinar a Sandra Camacho, de 17 años, y a descuartizarla para ocultar su delito.
La familia.
–¿Tu hermano es como tú?…
–“Espero que no sea como yo”…
Esa fue la respuesta de Méndez Ovalle a la pregunta formulada por Claudia Cañizo, fiscal desconcentrada de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) en la delegación Cuauhtémoc, quien lo entrevistó luego de su captura el pasado lunes 28 de julio.
Cada vez que a Javier le preguntaron por su padre, su madre o su hermano, lloró. Casi dos días permaneció sentado en la Fiscalía de la delegación Cuauhtémoc. Fue entrevistado por agentes del Ministerio Público, peritos en psicología, agentes de la Policía de Investigación y la propia fiscal, pero nunca perdió la compostura ni fue grosero.
“Siempre estaba bien sentado; sí, estaba cansado, se notaba que anímica y moralmente estaba mal, pero siempre fue muy correcto”, detalló Claudia Cañizo a Excélsior.
Javier llegó al DF la madrugada del martes 29. Desde el principio los funcionarios de la PGJDF notaron que el joven de 20 años era retraído, pero muy educado. Sus gestos corporales decían mucho de su personalidad. Siempre la postura correcta.
“Mi papá es ingeniero, no es un profesionista que haya sobresalido, pero siempre fue un buen padre, siempre se preocupa por su familia, siempre trabaja y nos quiere dar lo mejor, yo no recuerdo que mi papá llegara un día borracho o que no nos diera lo que necesitábamos”, le dijo Javier a la fiscal Cañizo.
Agregó: “Mi mamá se dedica a la casa y siempre pendiente de mí y de mi hermano”.
El ‘bullying’.
No parece que estés hablando con un chico de 20 años, habla como una persona mayor; a esa edad los chicos hablan con modismos y él no, él habla muy correcto, habla pausado”, advierte la Fiscal en Cuauhtémoc.
Si bien la niñez de Javier fue relativamente normal y sin carencias severas, fue víctima de ‘bullying’ desde pequeño. No era su carácter retraído o sus buenas maneras y excelente comportamiento lo que le generaba problemas. Una deformidad congénita en el pabellón de la oreja derecha fue el blanco de las burlas de sus compañeros desde muy pequeño.
Volteó su cara y me mostró la oreja y me dijo: “esto me provocó muchas burlas y humillaciones” (…) “Creo que un niño de nueve años es muy cruel”, confesó Javier a los ministeriales.
Arrepentimiento.
Javier Méndez Ovalle sí está arrepentido de haber asesinado a Sandra Camacho, de 17 años de edad. Antes de partir al reclusorio el joven físico dijo: “Ya voy a seguir las reglas, yo ya no les quiero dar problemas, discúlpenme por lo que hice”.
Él aseguraba que estaba muy arrepentido y que no quería hacerle daño a la chica. Me dijo que las primeras noches después de ocurridos los hechos no pudo dormir”, detalló Cañizo.
Una de las inquietudes de Javier era cómo sería su estancia en prisión. Le explicaron que podía seguir estudiando y aprendiendo y eso lo tranquilizó.
La fiscal agregó: “Se apasionaba en hablar de las teorías de la física, cómo fue su examen, dónde ganó el concurso de física, habla mucho de cómo le gusta investigar, estudiar, resolver problemas; sabe de pintura, de música, cuando ganó las olimpiadas de física en Estonia paseó por varios lugares de Europa y le apasionaba el tema de las pirámides, las de Egipto y las de Teotihuacán”.
Javier habla inglés y alemán. El primero lo aprendió en la escuela y el segundo con unas personas que conoció y quienes le enseñaron a través de internet. Su primera novia la tuvo en la secundaria y admitió haber tenido varias relaciones sentimentales y sexuales con chicas de su edad.
El exilio.
Antes de escapar, Javier sacó dinero de un cajero automático y con ese efectivo rentó un pequeño cuarto en San Juan del Río, Querétaro. Lo primero que hizo fue ubicar la Biblioteca Municipal donde pidió prestado un libro, el cual devoró en unos cuantos días. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Durante su exilio leyó con interés La Divina Comedia, de Dante Alighieri; El príncipe, de Nicolás Maquiavelo; y Ana Karenina, de León Tolstoi. De niño fue con sus papás a ese municipio, del cual recordaba era tranquilo y por eso decidió esconderse ahí.
Javier estuvo prófugo casi un año. Ahí conoció a un señor con el que podía conversar de temas de su agrado y con quien aprendió a trabajar la madera.
Al llegar a Querétaro, Javier no buscó trabajo pero cuando se le acabó el dinero laboró como mesero en varios lugares hasta llegar a la cafetería La Finca, donde estuvo unos meses. Siempre tuvo una relación cordial con sus compañeros de trabajo, pero no hizo amistad con ninguno. “No es que sea creído pero sus conversaciones no me interesaban mucho”, le confesó a la fiscal.
Sandra y Javier.
Sandra y Javier se conocieron en un grupo de amigos en el Facebook. Después de algunos comentarios y toques decidieron seguir hablando vía ‘inbox’. Platicaron 15 días para expresar sus inquietudes y pasiones hasta que decidieron conocerse.
El 27 de junio de 2013 se encontraron afuera de la estación del Metro Tlatelolco. De ahí fueron a Plaza Universidad en donde entraron al cine y vieron una película. Posteriormente fueron a caminar a un parque de la delegación Benito Juárez donde comenzaron a besarse y decidieron irse al departamento en el que vivía Javier en la unidad habitacional Tlatelolco.
En el departamento continuaron besándose y se presume que consumaron la relación. El problema vino después. Javier le platicó a Sandra que se iría a vivir al extranjero, ya que había ganado una beca por su alto desempeño escolar, pero la chica no le creyó.
Yo quise abrirme con ella, le dije que había ganado una beca en el extranjero y ella se burló de mí, volteó hacia los lados y vio las condiciones de mi departamento y me dijo que mentía y entonces yo saqué mis medallas de física y se las mostré, pero ella se reía y se burlaba de mí y la aventé”, admitió Javier.
Luego del empujón la joven se golpeó en la frente y gritó que lo iba a acusar y en ese momento el joven físico se bloqueó.
“Me bloquee, no sabía que hacer, lo único que quería era callarla, yo lo que quería era callarla y luego de golpearnos la ahorqué”, admitió.
Contrario a lo que podría pensarse, el descuartizamiento del cadáver de la joven obedeció a razones de carácter práctico y no fue un hecho premeditado o que el asesino disfrutara. Javier dijo que lo hizo porque vivía en el piso 11 y el cuerpo pesaba demasiado como para bajarlo sin que nadie lo notara.
“Había mucha gente en la unidad, incluso en las noches y yo me quería deshacer del cuerpo”, declaró el joven físico.
Los brazos fue lo primero que el joven removió del cuerpo y a continuación las piernas. El tronco y la cabeza nunca los separó. Las partes las embolsó y las tiró en las inmediaciones de la Unidad Tlatelolco. Regresó al departamento y limpió la escena del crimen con cloro y Pinol para lo cual usó una playera suya que también tiró a la basura.