Iniciamos era de esperanza, amor y compromiso por Puebla: Armenta
ACAPULCO, Gro., 16 de noviembre de 2021.- “Él siempre me decía ‘estás gorda, tú no eres nada sin mí’. Me negaba a creer que eso era violencia, pero se te va metiendo, te lo vas creyendo y la violencia crece. En la última discusión, él tenía un arma apuntando a mi cabeza. Ese día me dije ‘si no salgo ahora de esta casa caminando, voy a salir un día en una caja’. Después de eso tuve que llegar hasta el psiquiatra. Estoy trabajando contra el trastorno de ansiedad”, cuenta Laura*.
Ella es una mujer oaxaqueña de 32 años de edad, madre de cuatro hijos. Su historia refleja la gravedad de la violencia emocional que fue escalando, y que en otros casos ha terminado en feminicidio.
Laura pertenece al 66% de las mujeres (de 15 años y más) que ha sufrido al menos un incidente de violencia emocional, económica, física, sexual o discriminación a lo largo de su vida. De ese porcentaje, 49% ha sufrido específicamente violencia emocional, la cual incluye insultos, amenazas, humillaciones y otras ofensas de tipo psicológico, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2016 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Luego de tres meses de terapia psicológica, Laura dejó la casa en la que vivía con su agresor. Antes tuvo al menos cuatro intentos de mudarse pero no podía por la falta de dinero, la pandemia y las crisis de ansiedad.
“Yo no quería seguir viviendo en ese ambiente de insultos. En una ocasión le pedí el dinero para la comida de los niños, se los negó. Le dije que lo denunciaría ante el DIF. Llamé a la Instancia Municipal de la Mujer para que me brindaran el apoyo. Fue ahí que empecé a recibir ayuda psicológica. No me animaba todavía a dejarlo, pero con las terapias me di cuenta que lo que pasaba no era mi culpa. Fui abriendo los ojos y cuando se vuelve a dar otro suceso de violencia, tomé a mis hijos y resolví salir”, relata.
La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, establece en su artículo 6 que: “La violencia psicológica es cualquier acto u omisión que dañe la estabilidad psicológica. Puede consistir en: negligencia, abandono, descuido reiterado, celotipia, insultos, humillaciones, devaluación, marginación, indiferencia, infidelidad, comparaciones destructivas, rechazo, restricción a la autodeterminación y amenazas, las cuales conllevan a la víctima a la depresión, al aislamiento, a la devaluación de su autoestima e incluso al suicidio”.
Samantha Olivares Canales, perito en psicología y exintegrante del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses, explica que la violencia emocional tiene como principal objetivo menoscabar la esfera psíquica de la persona que la vive. Aunque se materializa principalmente de manera verbal, como los insultos que recibió Laura.
“Más allá de lo que pueda generar como consecuencia en la salud física y mental (estrés, ansiedad, depresión, entre muchas otras enfermedades), la mujer que vive este tipo de violencia llega a dudar de su realidad, suele asumirse responsable de lo que ocurre, incluso a poner en tela de juicio que realmente haya pasado el acto violento, se llega a considerar exagerada o, usando el término más común, tóxica”, comenta.
La Endireh señala que del total de mujeres que vivió al menos una vez a lo largo de su relación insultos, amenazas, humillaciones y otras ofensas de tipo psicológico o emocional, 3.7% intentaron suicidarse, 4.9% pensaron en hacerlo y 2.4% solicitaron apoyo, pero no denunciaron.
El último dato no significa que las mujeres no hagan nada ante la violencia, afirma Eduarda Betzabé Peralta Reyes, integrante del Instituto de Género, Familia y Comunidad (Igefam) ubicado en Oaxaca, en donde brinda terapia narrativa a víctimas. Muchas de ellas tienen diversos mecanismos de resistencia, como los que desarrolló Laura antes de dejar a su pareja.
“Las mujeres jamás estamos estáticas ante la violencia, respondemos de muchas maneras, pero hay que significar el cómo se responde a la violencia. La exigencia cultural y social nos dice que responder es: quítate, muévete, denuncia, vete de ahí, ya no dejes que te lo haga. Son respuestas muy válidas, sin embargo, hay otros mecanismos de resistencia que van desde el reunirse con otras mujeres o asistir a psicoterapia, hasta las acciones cotidianas como guardar silencio frente al violentador o ignorarlo; esas también son formas de responder porque es lo que se tiene en el momento para autocuidarse de una agresión mayor”, explica.
El no mirar estas otras formas de resistencia invalida a las mujeres con la intención de responsabilizarlas de la violencia que viven y se deja de lado al agresor. “El sistema heteropatriarcal es tramposo, nos dice ‘si tú, mujer, estás recibiendo violencia vete, y si no lo haces eres tonta, ya te acostumbraste o seguramente te gusta’. Siempre se nos exige una responsabilidad que no nos corresponde”, lamenta.
A la resistencia, Brenda Abril Cruz Coronilla, integrante del Centro de Atención Comunitario Casa Tonalá, espacio ubicado en la Ciudad de México que brinda atención y prevención de la violencia contra las mujeres, añade otra herramienta de autocuidado: la re-existencia. “La resistencia y la re-existencia son dos conceptos diferentes, pero llevan posicionamientos de las personas frente a la vida”, dice.
Sobre esta última plantea que cada persona puede construir otros espacios seguros. Cruz Coronilla agrega que, si bien los mecanismos de autocuidado empleados por las mujeres las han ayudado a mantenerse a salvo, se tiene que avanzar en colocar la responsabilidad sobre el violentador.
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