Como Hugo Chávez en su campaña presidencial en 1998, López Obrador prometió el domingo respetar a la propiedad privada si gana la Presidencia.
Como en la campaña de Chávez, grandes medios de comunicación acompañaron alborozados la oferta del candidato “antisistema”: Promete defender propiedad privada, decían algunos titulares.
Igual que en la campaña de Chávez, destacados miembros del sector privado le secundaron en sus propuestas que, decían, eran sensatas y basadas en combatir la corrupción de la clase política venezolana.
Hoy, los directivos de esos periódicos y televisoras viven en el exilio porque contra ellos pesan órdenes de aprehensión y el gobierno les quitó sus medios, cuando quisieron ser críticos.
Hoy, esos empresarios que le acompañaron, fueron expropiados para financiar con sus empresas el “cambio social” prometido.
Hoy, Venezuela es la peor economía de América Latina, tiene la mayor inflación del mundo y vive en un estado de virtual guerra entre venezolanos.
Prometer, prometer y prometer llevó a Chávez a la Presidencia, ante un país que estaba hastiado de la corrupción de la clase política.
A López Obrador no le importa prometer lo incumplible ni rodearse de quienes sean, con tal de que le rindan pleitesía.
De esa manera funcionan los populistas y ganan elecciones.
Tampoco le importa contradecirse, da igual. Había prometido retirar de inmediato al Ejército de las tareas de seguridad pública, como es el combate a los narcotraficantes, y el lunes planteó lo contrario.
Dijo, no él, sino uno de los que le confeccionaron el programa de gobierno, Héctor Vasconcelos, que habrá “un retiro paulatino del Ejército y la Marina”, de manera gradual, para evitar que las comunidades asediadas por la violencia queden en manos de la delincuencia.
“La seguridad pública es una responsabilidad del ámbito civil. No obstante, el Ejército y la Marina seguirán participando con su experiencia, con su disciplina y lealtad”, dijo el expositor en el evento del lunes.
Eso lo firman Calderón y Peña Nieto. Es igual
¿A quién le creemos? A AMLO que dice que va a retirar al Ejército de inmediato, o a su programa de gobierno que dice que se va a quedar?
¿A quién le creemos? ¿Al asesor que elogia al Ejército, o a López Obrador que en Washington lo culpó de la masacre de normalistas en Iguala?
Todo en un populista es imprevisible, pues su único objetivo es alcanzar el poder y luego quedarse en él.
Ya había dicho, en 2012, que si perdía se iba a su rancho La Chingada. Perdió y no se fue. Ahora vuelve a decir lo mismo y hay quienes le festejan y le creen.
Pasó todo el sexenio en recorridos por el país alentando la polarización social, el odio contra “los ricos” y el “neoliberalismo”… Y ahora tiene a ricos y neoliberales que le formulan un plan de gobierno.
Es lo que busca, disipar temores de sus futuras víctimas. Pero la treta es evidente.
Toda su campaña, desde el 2005 hasta hace unos meses, se basó en anunciar que echaría abajo las reformas salinistas, y hoy sus asesores ponen que AMLO está de acuerdo con esas reformas: apertura comercial y autonomía del Banco de México, por ejemplo.
En estos años ha combatido las reformas educativa y energética, con la promesa de que las va a derogar. Y sus asesores fingen no haberlo oído y hacen un programa de gobierno color de rosa en que, aseguran, no cambiará ninguna ley y se respetará el estado de derecho.
Laura Esquivel, encargada de Educación y Cultura del programa de gobierno, fue directa en la ceremonia del lunes: no habrá evaluaciones en el sistema educativo. Ni para entrar a la universidad.
Todo eso, ¿sin modificar leyes?
Lo que vimos el lunes fue un grotesco acto de simulación y cada quien será responsable de lo que ocurra con México si le cree y lo promueve.