Líneas Quadratín
La decisión que puede joder a México
Por Pablo Hiriart
Mientras observaba a los cuatro presidenciables del PRI que acudieron a la pasarela convocada por El Financiero e Interacciones, afloró una paradoja de esas que raramente se dan en política: el partido que la opinión pública más asocia con la corrupción, es el que tiene los precandidatos más limpios.
Reitero, el partido, no así los independientes, que entre ellos también hay ejemplos de probidad y de trabajo.
Pero si uno de los temas de la campaña va a ser la corrupción, al candidato del PRI no lo van a arrinconar.
Al PRI le podrán decir de todo, pero a su candidato no. Eso importa y va a pesar.
Importa porque ni López Obrador ni Ricardo Anaya le podrán decir con sustento al candidato priista que es un corrupto. Se les va a caer el argumento a la hora de los contrastes personales.
¿Qué le va a decir AMLO a Meade, a Aurelio, a Narro, a Osorio?
Anaya podrá criticar al PRI, a gobernadores, a secretarios de estado, pero al candidato presidencial no. Se la van a voltear.
De ahí a que ganen la elección es otra cosa, se antoja muy difícil, pero la razón de la posible derrota del PRI no será la corrupción de su candidato presidencial.
Al cierre del evento, el Presidente Peña dijo que una mala decisión “puede joder a México”.
Se refería a una mala decisión presidencial, pero es aplicable al electorado: una mala decisión en julio próximo puede joder a México.
Lo malo ahí está, y se debe corregir. Pero con una mala decisión lo bueno se puede derrumbar y no vamos a corregir lo malo.
Esa mala decisión sería que una mayoría hiciera Presidente al político que durante más de una década ha recorrido el país alentando la revancha social como remedio para nuestra desigualdad.
Un grave error sería creerle ahora, cuando muy cerca de las elecciones y consistentemente arriba en las encuestas, suaviza su discurso y se hace asesorar por personas del sector privado para que le hagan un programa de gobierno.
No necesita de esos personajes para idear lo que va a hacer si gana (eso lo tiene claro y nos lo ha dicho durante años), sino que los necesita para engañar con una oferta de gobierno moderado.
López Obrador hizo su carrera política en la lucha contra “las reformas salinistas”.
Esas reformas son -por sólo mencionar tres-, la apertura comercial, con la construcción e ingreso al TLC.
Autonomía al Banco de México, a fin de que un Presidente no pueda dar órdenes en política monetaria y así mantener a raya la inflación.
Un Instituto electoral donde los partidos tienen voz pero no voto, a fin de que no se haga la voluntad del partido mayoritario y, en consecuencia, del Presidente en turno.
López Obrador se ha propuesto, en estos cinco años, echar abajo las reformas de este sexenio.
Es decir, volveremos a que los sindicatos manejen la educación. A que los profesores no se evalúen y asciendan por méritos sindicales y no académicos. Adiós a la enseñanza bilingüe en las escuelas públicas, programada para iniciar en una década.
Marcha atrás a la reforma energética, que va dinamizar la economía en los siguientes años
También dará marcha atrás a la saludable separación de poderes que hay en el país, forjada durante los sexenios de Fox y Calderón.
No olvidemos que López Obrador mandó tomar dos veces la sede del Congreso (recuérdense la orquestación telefónica entre Martí Batres, en el GDF, y Alejandra Barrales, en San Lázaro) porque se iban a votar temas con los que no estaba de acuerdo.
A los ministros de la Corte los ha insultado cuando no se pliegan a su conveniencia.
Todo eso y más puede pasar en el país si nos equivocamos al votar.
Una decisión que puede joder a México