Libros de ayer y hoy
USO DE RAZÓN
AMLO choca ahora con las universidades
Pablo Hiriart
En la UNAM y otras instituciones de educación superior están enojados y desconcertados porque su candidato y ahora presidente, Andrés Manuel López Obrador, les quiere bajar el presupuesto.
Hasta ahora, ni el más neoliberal de los presidentes había intentado algo así, por la importancia que reviste apoyar a la educación superior.
La discusión parece un diálogo de sordos. Para las universidades el recorte “pone en riesgo el adecuado cumplimiento de sus tareas sustantivas de docencia, investigación y difusión de la cultura”.
Para el presidente es un asunto ideológico-religioso: Las universidades, dijo ayer, “se creen merecerlo todo. Todavía hasta van a los templos y a las iglesias los domingos y olvidan los mandamientos. ¿Dónde queda el amor al prójimo?”, les preguntó a los rectores.
A López Obrador no le hablen de tareas sustantivas de docencia ni de calidad educativa, porque no le importan esas exquisiteces.
Lo que valora el presidente es que ahí entren todos, se aprieten el cinturón y se hacinen en salones para que no haya excluidos de la educación superior.
Por eso a la UNAM le quita mil millones de pesos para destinarlos a las nuevas universidades públicas.
Va a hacer cien universidades nuevas en todo el país, lo que demandará una contratación mínima de 10 mil docentes con diferentes especialidades. ¿De dónde los va a sacar? No importa, se hacen porque se hacen. Me canso ganso.
¿Cuál va a ser el nivel académico de esas universidades? Tampoco importa. (A la Evaluación Docente le quitaron el 58 por ciento del presupuesto).
El chiste es que los jóvenes estén en un aula, sin importar que una vez egresados tengan o no la preparación adecuada para ser contratados en el sector privado.
Tales universidades pueden resultar una estafa paras los alumnos, como lo ha sido la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, creada por el entonces Jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador.
Ahí se ingresa mediante una rifa, no por méritos ni conocimientos.
No importan las horas de estudio que invirtió un alumno para salir bien preparado de la escuela, sino la suerte a la hora de que gire la tómbola.
El mérito es lo de menos. Se rifa el acceso. Y hasta se vale copiar.
Hoy la Universidad que fundó López Obrador es un dolor de cabeza para el gobierno capitalino y un engaño a quienes entran ahí creyendo que van a salir con los conocimientos suficientes para ser competitivos en el mercado laboral.
Competitivos y mercado laboral, dos términos que parecen demoniacos en la ideología de nuestro presidente de la república.
El presupuesto de la UACM es de mil 300 millones de pesos al año, y no se evalúa su eficacia.
Con lo que le quitan a la UNAM no alcanzaría ni para una de las cien universidades que anunció que se construirán.
Es cierto, falta una nueva universidad nacional, pues la última que se hizo fue hace 40 años, la UAM, a la que por cierto también le quitan 289 millones de pesos.
Pero se necesita una buena, de excelencia, como la UNAM, la UAM, o el IPN (al que le recortan 167 millones de pesos), y no engaños para que los jóvenes egresen, si es que lo hacen, a darse vueltas por la vida sin encontrar trabajo bien remunerado acorde con su especialidad.
El problema en el tema presupuestal, hay que insistir, es que AMLO y los rectores hablan dos idiomas diferentes.
López Obrador se había comprometido a no bajar el presupuesto de las universidades y lo bajó sin anestesia ni diálogos.
Según su lógica él cumplió: no les bajó el presupuesto a las universidades porque va a dar becas a 300 mil jóvenes, con dos mil 400 pesos al mes, que en total suma una erogación aproximada a los 10 millones de pesos anuales.
Ahí están entrampados.
Y el presidente ataca con su dogma de que todos tienen que ser pobres: “se enojan -los académicos- porque les bajan los sueldos… La idea es acabar con gastos superfluos y terminar con los abusos (así ve a los salarios de investigadores y docentes). El presupuesto tiene que ir a la gente”.
Si algo no hay en las universidades públicas es despilfarro.
Les quita presupuesto para entregarlo de manera directa “a la gente”.
En este caso, 300 mil jóvenes que estarán prestos para dar la batalla contra “los privilegiados” de la universidad.
Desde luego, ellos y sus familias, tampoco tendrán la menor duda acerca de por qué partido votar.