Libros de ayer y hoy
En lugar de pensar en una revolución y lanzar improperios a diestra y siniestra todos los días, nuestro presidente debe ponerse a gobernar. Y antes, con todo respeto, que alguien le explique cómo.
Ayer en la mañana usó su tiempo para agredir a El Universal, presumir creación de empleos que no lo son, pelearse con quienes dudan de la conducción del combate a la epidemia, con Tweeter, y un prolongado y desagradable etcétera mientras lo esencial está en la descomposición del país.
Lo único que sabe hacer es buscar pleitos. Ya basta, ¿no? Tiene que demostrar, por el bien de todos, que también le importa la nación.
Y dejarse asesorar -como hacen todos los líderes inteligentes- por personas que saben, y no por militantes resentidos, llenos de odio y la cabeza vacía.
Cuando el coronavirus comenzó a estremecer la economía mundial, el dos de marzo, López Obrador dio su diagnóstico: «En cuanto a México, siento que no vamos a tener problemas mayores. Ese es mi pronóstico. Los conservadores que quisieran que nos fuera mal van a decir que está mal mi pronóstico, que vamos a tener crisis económica y financiera. Les digo, no. Está bien nuestra economía».
Tres días antes había dado otro pronóstico a la población, esta vez sobre salud: «No hay que exagerar (con el Covid-19), hay que prevenir y estamos preparados para eso… No es algo terrible, fatal, ni siquiera equivale a una influenza».
Ya, suficiente, ¿no?
Sólo este año tendremos, según INEGI y análisis de instituciones financieras, entre diez y doce millones de nuevos pobres extremos. Y se van a perder entre un millón y un millón 500 mil empleos formales.
A ellos hay que agregar a dos millones y medio de mexicanos que viven en el sector informal de la economía y perderán sus trabajos, de acuerdo con lo expuesto ayer por el presidente del Consejo Nacional Agropecuario, Bosco de la Vega.
Si esos datos no son suficientes para que AMLO deje de revivir guerras del Siglo XIX, se asesore de gente capaz y ponga los pies en la tierra, estaríamos hablando de un presidente que de manera deliberada le hace daño a su país.
Ya estábamos en crisis antes del coronavirus. La economía cayó de un crecimiento de 2.5 por ciento en 2018, a -0.2 por ciento en 2019. La generación de empleo se desplomó a más de la mitad en el primer año de este gobierno.
Ahora viene algo mucho peor, inevitable, de lo cual hay que tratar de salir lo más rápido posible.
Para eso es necesario que el presidente deje de pelearse, de ofender, de perder el tiempo, y se ponga a gobernar con un equipo que sepa y al cual escuche.
Ayer nos salió con que iba a medir «el bienestar del alma». No es su función y ni siquiera hay acuerdo acerca de si existe el alma. La suya no es una misión divina, sino algo completamente terrenal: procurar que sus gobernados tengan paz, salud y trabajo.
En los primeros 17 meses de su gobierno en México se registraron 50 mil 400 homicidios dolosos. Peor que nunca en 100 años. Durante todo el sexenio de Felipe Calderón hubo 102 mil crímenes. En menos de año y medio AMLO ya lleva la mitad de «los muertos de Calderón».
No hay paz en el país con López Obrador, como lo prometió.
Permitió que el narco se haya empoderado como nunca, y quitárnoslo de encima costará aún más violencia, vidas.
Ofreció acabar con la corrupción, sin venganzas contra el pasado. Pues resulta que ahora hay más corrupción que antes. De acuerdo con el INEGI, en el primer año de gobierno de AMLO aumentó en 64 por ciento el costo de la corrupción para los ciudadanos.
¿Nada qué corregir? Con los suyos, no. Con los «adversarios», sí.
Del hoyo económico se sale con unidad e inversión, y nuestro presidente decreta austeridad para el gobierno, asfixia al sector privado, ahuyenta a los inversionistas extranjeros, y lo que hay en arcas lo malgasta en proyectos inviables que dejan pérdidas estratosféricas.
Así no se puede.
En salud los ahorros que cuestan vidas. Nos pasó con el dengue hemorrágico, que no se compraron los pesticidas a tiempo y la mortalidad se disparó 250 por ciento el año pasado.
Nos pasó en Pemex, donde se tira el dinero, pero se ahorra en salud de sus trabajadores. En su hospital en Villahermosa mataron a 12 pacientes con diabetes porque les inyectaron Heparina Sódica adulterada. Dijeron que la culpa fue del laboratorio Pisa, y resulta que no: se reusaron los frascos y se adulteró el contenido.
La austeridad mata, cuando no se quiere ver la realidad.
Los médicos no eran corruptos ni mercantilistas como dijo el presidente en otro pleito deplorable. Se contagian de coronavirus más que en el resto del mundo porque no se compraron a tiempo ni en cantidad suficiente los equipos de protección.
Era mucho más que una influenza.
Y sí entramos a una profunda crisis económica. No era invento de «conservadores».
Falló el presidente. Ahora debe sumar en lugar de dividir.