El regreso a la "nueva normalidad" que plantea el gobierno nos indica que debemos encomendarnos a Charles Darwin: que sobrevivan los más fuertes.
        Si esa es la decisión, que lo digan claramente: es una apuesta a la inmunidad de grupo, y mientras eso ocurra que se mueran los que se tengan que morir.
        Es una opción. Inhumana, cruel, pero es una opción.
        Aplicar a todo México lo que José Alfredo Jiménez compuso para su patria chica: "allá en mi León-Guanajuato, la vida no vale nada".
        Todos los presidentes necesitan a su alrededor a gente capaz que esté pensando, y cuando sea necesario lo saquen del error con un argumentado no.
        Sucede que el actual mandatario puso su estrategia contra la pandemia en manos de un médico que se hizo popular, estimado por la población, pero muy ambicioso y que ha regresado a los tiempos del ¿qué hora es?, las que usted diga señor presidente.
        La línea de contagios por Covid-19 en México va hacia arriba, aún no alcanza el pico, y si el presidente dice que domamos al coronavirus, el subsecretario López-Gatell informa al país que la recta no es recta sino una curva. Lo que vemos todos, seguramente, es una ilusión óptica.
        Importa la imagen política del jefe, no la salud de los ciudadanos.
        Las primeras industrias en reanudar sus actividades serán la minería, la construcción y la automotriz. ¿Cuál es la lógica? Ninguna de carácter sanitario.
        Como explicó ayer Raymundo Riva Palacio en estas páginas, esas industrias se encuentran en las zonas de mayor incidencia de la pandemia.
        Al gobierno no le importa la vida de los ciudadanos, ni del personal médico, sino la realización de sus proyectos sin viabilidad financiera.
        El interés de un presidente se refleja en el presupuesto. Ahí está todo. ¿Le importa la salud a este gobierno?
        Señala el Informe del Primer Trimestre de Finanzas Públicas de la SHyCP, que a la secretaría de Salud se le redujo mil 500 millones de pesos de su presupuesto anual.
        Y lo hicieron en plena crisis sanitaria del país. Lo hicieron cuando no hay enseres para proteger al personal médico que lucha contra una epidemia que mata y tiene paralizada la economía.
        En cambio, dice el Informe del primer trimestre de este año, el presupuesto para el Tren Maya aumentó en 22 mil 500 millones de pesos.
        Ahí está el interés presidencial, no en la salud de enfermeras y médicos a los que da el nivel de asaltantes de bata blanca.
        México ocupa el primer lugar mundial en porcentaje de personal de salud contagiado de coronavirus, con 23 por ciento. Ya superó a España, que en su peor momento fue de 20 por ciento, a Italia que tenía el 10 por ciento y a Estados Unidos con el tres por ciento.
         No se compró el equipo a tiempo, se hicieron ahorros inhumanos. Minimizaron los efectos de la pandemia -que avisó con casi tres meses de anticipación- porque el presidente no creía en ella y el dinero había que canalizarlo a los elefantes blancos.
        Y a la par de esos hechos concretos que se reflejaron en el gasto gubernamental, se dio una potente campaña de desprestigio hacia los médicos pues no les perdonaron que protestaran -y los exhibieran- por mascarillas inservibles, por batas que no protegían, por falta de jabón, gel antibaterial, desabasto de medicinas.
        Si se tienen que morir, que se mueran esos doctores neoliberales que lucran con el dolor del pueblo. La vida no vale nada.
        El presidente encontró en López-Gatell al ayudante perfecto para su estado de negación de la realidad: bueno mediáticamente, proclive a la propaganda y con ambiciones políticas, aunque como médico en jefe contra la epidemia no dé una.
        López-Gatell será egresado de Johns Hopkins, pero se equivocó en el diagnóstico, lo que ha costado innecesariamente vidas.
        El 17 de marzo el subsecretario acudió a una reunión de trabajo en la Cámara de Senadores, donde dijo a los legisladores que "los efectos del Covid-19 no serán mayores a los que existen normalmente por la influenza estacional".
        Tranquilizó a los senadores: "la tasa de letalidad (del Covid-19) es entre 2.5 y 3.2 por ciento".
        Se equivocó gravemente en ambas informaciones. En la temporada de influenza estacional 2019-20, en México se registraron 269 defunciones por esa causa. Y ahora con coronavirus van más de cuatro mil muertos en dos meses, de acuerdo con las cifras oficiales.
        La tasa de letalidad del Covid-19 en México no es de 2.5 o 3.2 por ciento, como previó el doctor López-Gatell, sino cerca del 10 por ciento.
        Ahora, sin hacer pruebas suficientes (0.4 por cada mil habitantes, contra 22.9 que es el promedio de los países de la OCDE), autoriza el regreso a la normalidad en municipios que no han sido medidos, y se abre la actividad económica en todo el país en un par de semanas.
        Ojalá esté en lo correcto y no se equivoque como en sus diagnósticos anteriores.
        Encomendémonos a Sir Charles Darwin y cantemos con José Alfredo, porque en todo México, como en León-Guanajuato, la vida no vale nada.