Libros de ayer y hoy
Cuidado con las reacciones del Presidente
Pablo Hiriart
López Obrador comienza a hacer cosas sin ton ni son, que no le sirven a él ni al país ni a nadie. Cuidado, esas reacciones presidenciales ante el agobio de los problemas han resultado funestas para México.
Fue deliberadamente a la cuna de los grandes narcotraficantes, en la sierra que les sirve de escondite entre Sinaloa y Durango, y se presentó premeditadamente en público con la mamá del Chapo Guzmán.
Tres horas hasta Badiraguato y luego dos horas y media por terracería hasta La Tuna -señalan las crónicas de ayer-, el Ejido donde vive la familia Guzmán Loera, para darle la mano a la señora Consuelo Loera, el día en que su nieto Ovidio cumplía 30 años y había taquiza.
No hay tal coincidencia. Son demasiadas.
Tampoco se trata de un acto de humanismo, porque no necesitaba hacer ese tremendo esfuerzo y un mitin a diez minutos de la mansión de la señora.
Con dar instrucciones a la cancillería de ayudarla era suficiente. Pero no, fue hasta allá a tomarse la foto.
Nada de que no la quiso dejar con la mano tendida, pues a él lo guiaron hasta la camioneta Suburban (o Lobo, como dice el cronista Jorge Ricardo) y metió la mano por la ventana para saludarla.
La señora ya había redactado la carta para López Obrador. No hubo sorpresa en el encuentro.
El caso es que el Presidente jamás ha estrechado la mano de la madre de un militar o policía federal que haya perdido a su hijo a manos de los criminales.
Lo que hizo es un balde de agua fría para los soldados y mandos militares y navales que se juegan el pellejo ante los sicarios de cárteles como el de señor Guzmán.
Ejercito y Marina no lo hacen por gusto, sino por defender a la ciudadanía de los criminales que secuestran, matan, trafican, incendian casas, queman vivos a niños, mujeres y hombres, cobran derecho de piso.
¿Ya vieron con quién tiene atenciones el Comandante Supremo? Con los familiares nuestras Fuerzas Armadas y policías federales, no. Con los del enemigo, sí.
Una provocación en toda la línea fue la que hizo López Obrador en La Tuna, municipio de Badiraguato.
¿Qué valor estratégico tenía ir hasta allá, en momentos en que su presencia ahí no era necesaria ni mucho menos indispensable?
¿Qué gana con meterse al triángulo dorado, en la sierra, y hacer un mitin a diez minutos de la casa del Chapo en el día de cumpleaños de su hijo Ovidio Guzmán?
Está fuera de toda lógica política. No hay manera de entenderlo por la vía racional.
Ovidio fue el que sometió al Ejército en Culiacán el pasado 29 de octubre.
Lo tenían en sus manos, pero recibieron órdenes de soltarlo porque el cartel sacó a sus sicarios a disparar y a matar, hubo muertos, se negoció con él (vimos las fotos suyas hablando por teléfono con quién sabe quién) y lo liberaron.
Cinco meses después de esa derrota del Estado mexicano, el presidente de la República, en medio de una crisis de salud y económica históricas por su malignidad, se fue a meter a la guarida de la familia del Chapo para supervisar una carretera que pasará al lado de la propiedad de la señora Loera.
Su respuesta ante los medios fue más ofensiva aún, por qué no iba a saludar a la mamá del Chapo, si «a veces tengo que dar la mano a delincuentes de cuello blanco».
Esos que a lo largo de su carrera ha llamado delincuentes de cuello blanco y ahora tiene que saludar de mano, son los mismos grandes empresarios que le han ayudado a sostener su gobierno. Slim, Bailleres, Coppel…
¿Qué gana con insultar a quienes necesita?
El personaje que lo aborda después de que fue a saludar a la señora, es el abogado del Chapo, José Luis González Meza.
¿No les suena? A mí sí. Siempre estuvo ligado a otro Joaquín, Hernández Galicia (a) La Quina, otro sujeto que tuvo la defensa política de López Obrador.
Pero ese es otro tema. O tal vez no.
El punto grave es que el Presidente, bajo la presión de los problemas, toma decisiones descabelladas que no le favorecen al país ni a él.
Aún no entramos en la parte dura de la crisis.
Y a él le restan más de cuatro años al mando del gobierno.