Libros de ayer y hoy
USO DE RAZÓN
Maldito neoliberalismo
Pablo Hiriart
Confiemos en que el nuevo secretario de Hacienda, Arturo Herrera, no le haga mucho caso al presidente cuando le pide abandonar las «políticas neoliberales» que el mandatario ha prometido desterrar para siempre.
Que le diga que sí, pero que no acate la orden.
Es que veamos el comparativo de dos países latinoamericanos: Chile, el neoliberal por excelencia (con políticas seguidas por presidentes socialistas, demócrata cristianos y de derecha), y el populista nacionalista icónico del subcontinente, Venezuela.
Chile tiene al 10.7 por ciento de su población en condiciones de pobreza, mientras Venezuela tiene en esa situación al 87 por ciento de sus habitantes.
La pobreza extrema en Chile es de apenas el 2.3 por ciento de la población, y en Venezuela el 61.2 por ciento se sitúa en esa condición de pobreza extrema: hambre.
En Chile la inflación anual es de 2.6 por ciento, mientras el gobierno de Venezuela admite tener una inflación anual de 282 mil 972 por ciento, aunque organismos y expertos independientes la ubican en un millón 304 mil 497 por ciento al año
Venezuela tiene un PIB per cápita de cuatro mil 332 euros, mientras Chile tiene uno de 13 mil 480 euros per cápita.
Chile es el país menos corrupto de América Latina, y Venezuela es el número uno.
En el ranking Doing Business (facilidades para hacer negocios), Venezuela ocupa el lugar 188 de 190 países. En ese mismo índice, Chile ocupa el lugar 56.
De acuerdo con The New York Times (reportaje de Anatoy Kurmanaev, 17 de mayo de este año), Venezuela es la peor economía del mundo en un país sin guerra en 45 años.
Narra Karmanaev que en el mercado de Caracas las carnicerías han dejado de vender cortes «debido a que las vísceras y las sobras como las grasas y las pezuñas de vaca se han convertido en la única fuente de proteína animal que pueden costear muchos de sus clientes».
El economista y profesor de Harvard, Ricardo Hausmann, publicó este año en Libre Mercado, que hace diez años en Venezuela el salario mínimo alcanzaba para comprar comida equivalente a 70 mil calorías diarias. A principios de este año sólo alcanza para comprar 330 calorías diarias: menos del uno por ciento de las calorías que un salario mínimo podía adquirir hace una década.
Los países, pues, se pueden desplomar al seguir recetas económicas del pasado y mandar «al diablo las recetas neoliberales» como hizo Hugo Chávez en Venezuela y pretende hacer en México el presidente López Obrador.
Pero hay más datos comparativos entre el populismo nacionalista y el «neoliberalismo».
Apunta el profesor Hausmann que para comprar un kilo de pollo en la «neoliberal» Colombia, se requieren dos horas de trabajo. Para comprar ese mismo kilo de pollo en Venezuela se necesitan 63 horas de trabajo.
En Venezuela se necesitan 97 horas de trabajo para comprar una docena de huevos, y para comprar un kilo de queso (que los venezolanos le ponían encima a las arepas) se requieren 221 horas de trabajo.
Ahí están los resultados de «mandar al diablo» las recetas neoliberales y tomar la ruta del populismo nacionalista como hizo Venezuela, cuyo gobierno Chávez-Maduro se dedicó a repartir dinero en efectivo en programas sociales que sacaron a gente de la pobreza por unos años y le sirvió para consolidar una robusta clientela electoral. Al cabo de un tiempo, breve por cierto, se agotó el recurso y mandó a casi toda la población a la miseria.
Ahí está el resultado de Chile, que invirtió en programas sociales, sí, pero puso énfasis en la promoción del desarrollo, el libre mercado, educación de calidad, apertura comercial y la atracción de inversión privada extranjera y nacional.
En México se quiere optar por el populismo (repartir dinero a raudales para formar la base electoral de Morena), y el nacionalismo que expulsa a la inversión extranjera (ver caso de Pemex).
Obviamente hay que limar las aristas hirientes del neoliberalismo, como la desigualdad, y tener un estado fuerte que garantice beneficios a la población (salud, educación, esparcimiento), pero los ejemplos descritos nos dicen cuál es el camino a seguir.
Salvo, pues, que se tenga una realidad paralela, virtual, ideologizada y setentera.