Líneas Quadratín
USO DE RAZÓN
Aeropuerto: el hígado manda
Pablo Hiriart
El gobierno no tiene dinero para jeringas ni para frenar los secuestros, pero sí lo tiene para inundar la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, con tal de que no quede huella de la que sería la mayor obra de infraestructura del país.
Sólo para la tarea inicial de inundar el aeropuerto de Texcoco se van a requerir mil 600 millones de pesos.
Para eso hay dinero. Para becas a investigadores no, para material médico no, para tratamientos en Neurología no, para seguridad pública no, para estancias infantiles no, comedores populares no, pago de estímulo a científicos no. Etcétera, etcétera.
El aeropuerto internacional de Texcoco lleva un avance de 37 por ciento en su construcción y el gobierno decidió frenarlo y ahora, para que no quede registro de esa gran obra, inundarlo.
De acuerdo con expertos consultados por el colega Ricardo Raphael, inundar el aeropuerto de Texcoco va a costar mil 600 millones de pesos, únicamente en su fase inicial.
¿Inundarlo?
¿Van a gastar una millonada para que no se vean los otros miles de millones de pesos que el gobierno tiró a la basura por un capricho?
Sí, eso van a hacer.
Un juez frenó, por ahora, la inundación de las obras en Texcoco, hasta que se revisen las causas que llevaron al gobierno a frenar la obra.
Paralelamente, un Tribunal, ordenó no iniciar la construcción del aeropuerto en Santa Lucía hasta que se cuente con todos los estudios de seguridad aérea. No los han hecho.
Las autoridades no vieron que en Santa Lucía hay un cerro, y en Texcoco vieron un lago que no existe.
Antes de tomar la decisión de demoler el aeropuerto de Texcoco, los actuales gobernantes le pidieron su opinión técnica a los tres colegios de ingenieros del país acerca de dónde convenía establecer el aeropuerto internacional. Y los tres dijeron Texcoco y que Santa Lucía era inviable.
La principal autoridad mundial en aeronáutica, MITRE, estableció que el aeropuerto debía hacerse en Texcoco y no en Santa Lucía.
Igual respuesta dio la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI): Santa Lucía es inviable en el largo plazo y Texcoco es el indicado.
Pues no, nuestro gobierno ha decidido cubrir de agua el espléndido proyecto arquitectónico de Norman Foster y las obras ya realizadas.
Con la cancelación del aeropuerto de Texcoco se perdieron entre 120 y 160 mil millones de pesos, aparte de lo que dejaremos de ingresar al cancelarse esa obra.
Se tiraron a la basura los contratos que ya estaban licitados (74 por ciento del total).
Se desecharon los 70 mil empleos directos que se iban a crear este año en esa obra, que incluyen a los 40 mil que ya estaban trabajando. A la calle.
El 70 por ciento de la inversión en el aeropuerto de Texcoco era privada.
Los usuarios pagarían el resto de la obra a través de la Tarifa de Uso de Aeropuerto, y su funcionamiento sería un gran negocio para el gobierno y para desarrollar esa región del área metropolitana con empleos, vialidades, hoteles, servicios…
No, el hígado manda.
A inundarlo porque “no nos merecemos un aeropuerto así de moderno pues en el país hay muchos pobres”.
A Santa Lucía le van a inyectar, oficialmente, 70 mil millones de pesos para acondicionarlo.
Es decir, perdemos dinero y desarrollo futuro al cancelar un gran aeropuerto, y gastaremos dinero en hacer uno pequeñito, disfuncional, inseguro y que daña el medio ambiente.
Puro hígado. Cero racionalidad económica ni visión de desarrollo.
Además se va a invertir en la construcción de una tercera terminal en el actual aeropuerto capitalino, cuando lo que se necesitan son más pistas pues el tráfico aéreo está sobresaturado.
En contraparte, se van a invertir 200 mil millones de pesos (cuando menos) en una refinería sin viabilidad financiera para producir gasolinas, cuando lo que requiere Pemex son recursos para aumentar la producción de crudo, que es su negocio principal.
Y encima de todas estas decisiones tomadas con el hígado y pasadas por el tamiz de ideologías ya fracasadas, queremos que los inversionistas tengan confianza.
Queremos que las calificadoras nos vean bien. Y nos enojamos porque aconsejan tener cuidado con lo que está pasando en México.