Libros de ayer y hoy
USO DE RAZÓN
Un acierto de López Obrador
Pablo Hiriart
En lugar de subrayar los cambios de opinión del presidente electo en el principal tema que preocupa a la ciudadanía, la inseguridad, hay que reconocer el valor que tuvo para admitir la realidad y decidir que no va a acuartelar a militares y marinos como había ofrecido.
Si por él fuera, todos los uniformados deberían estar en sus tareas de adiestramiento y auxilio a la población civil en casos de desastre.
Las fuerzas armadas también quisieran permanecer en lo suyo y no en labores de policías.
Pero la realidad es que ni la Policía Federal ni las estatales tienen la capacidad para hacer frente a los cárteles y pandillas criminales.
Si se les deja un espacio, aumenta su poder, su control político y territorial en regiones, carreteras, caminos rurales y rancherías.
En buena hora también la rectificación de que sí habrá una Guardia Nacional, y no se desechó ese proyecto como había informado el próximo secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo.
Hizo bien AMLO en corregirlo, pues la única forma de sacar a las Fuerzas Armadas de las calles sin causar una hecatombe de inseguridad, es relevándolas con una policía civil capaz de defender a la población.
Es una decisión correcta. Bien pensada.
Dependerá ahora de si son eficaces al hacer la tarea.
Lamentablemente en este sexenio no se avanzó en la capacitación y ampliación de la Policía Federal, y el número de efectivos es prácticamente el mismo que dejó Felipe Calderón.
Los gobiernos estatales prefirieron pagar instalaciones para que llegaran más unidades del Ejército y la Marina, en lugar de hacer la tarea y formar a buenas policías, bien capacitadas y bien armadas.
López Obrador le va a llamar Guardia Nacional, lo que en la práctica será una Policía Nacional, que es lo que sin duda necesitamos.
Si se logran complementar las dos tenazas de la pinza, que son una Guardia Nacional que pueda reemplazar paulatinamente al Ejército y la Marina en labores de seguridad pública, y una eficaz política social para dar alternativas a los «rechazados» del sistema, iremos por el camino correcto.
Mano dura contra el secuestro, contra los alardes de prepotencia criminal en caravanas de camionetas con gente armada, contra la extorsión, contra la leva de pobres para convertirlos en halcones o sicarios.
Y mano extendida para ayudar a los que quieren salir de su situación de precariedad.
Claro, para que este proceso funcione tiene que venir acompañado de un cambio de actitud de los grupos que siguen a López Obrador: que depongan su beligerancia verbal contra las Fuerzas Armadas.
Basta ya de llamar criminales a militares y marinos por el solo hecho de serlo. Se trata de mexicanos que están del lado de la sociedad.
Basta de endiosar a asesinos, como hacen algunos creativos seguidores de López Obrador, para voltear la historia y poner la etiqueta de malos a nuestros defensores, que son los marinos y los soldados.
Desde luego que cuando haya excesos y se violen de manera flagrante los derechos humanos debe haber castigo, aunque es preciso ponderar el contexto.
En una emboscada o una refriega a tiros, el soldado está luchando a muerte contra un criminal que lo quiere matar.
¿Sanción a los abusos? Sí.
¿Castigar a los nuestros porque es más fácil o «cool» que hacerlo contra los criminales? No.
En Zacatecas está preso un coronel del Ejército que en el rescate de una mujer secuestrada le disparó a sangre fría a su principal captor, cabeza de una banda de plagiarios. Lo condenaron a 40 años de cárcel.
No nos digan, pues, que ser soldado o ser marino es sinónimo de impunidad.
Bienvenida la decisión del presidente electo.
Hay que esperar, para que funcione, un cambio del discurso de los artífices de la propaganda de odio contra nuestras fuerzas armadas.
Mano dura con el secuestrador, el extorsionador y el homicida.
Mano extendida, con recursos y educación, para el desplazado.
Así sí.