Libros de ayer y hoy
QUERÉTARO, Qro., 27 de diciembre 2019.- Se vale abusar de Zweig y sus Momentos estelares de la humanidad, bajo el sello editorial de Acantilado, aunque sólo sea para llegar al que a mi juicio es el más sublime de los textos del gran historiador y novelista vienés: La resurrección de Georg Friedrich Händel.
Con parálisis total, desahuciado para volver a la música y al movimiento, “en Aquisgrán los médicos le previnieron con insistencia del peligro de permanecer más de tres horas en las aguas calientes. Su corazón no lo resistiría. Podría matarle. Pero la voluntad se arriesgó a morir por amor a la vida y por aquel indomable deseo de curarse. Para horror de los médicos, Händel permanecía metido en el baño caliente durante nueve horas diarias. Y con la voluntad creció en él la fuerza…”.
Continúa Zweig: “Una semana después ya podía arrastrarse. Al cabo de la segunda, mover un brazo. Y, prodigioso triunfo de la voluntad y de la confianza, una vez más escapó al abrazo paralizador de la muerte para abarcar la vida, con más ardor, con mayor vehemencia que antes, con esa indecible alegría que sólo el convaleciente conoce…”.
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Al regresar a su casa luego de un paseo cerca de su casa en Brook Street, en Londres, se encontró con un paquete de su antiguo compositor de textos de oratorios, Jennens, que le enviaba otro que no despertó mucho su interés hasta que lo hubo leído. Era la letra de El Mesías.
“Y apenas leída, apenas barruntada, Händel la oyó convertida en música, suspendida en las notas, convertida en una llamada, en un susurro, en un canto. ¡Qué felicidad! Las puertas se habían abierto. Volvía a sentir, volvía a oír la música…”
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“Sólo el que ha sufrido mucho conoce la dicha… Y él debe dar fe ante los hombres de la resurrección, por amor al que ha sufrido la muerte.”
“Ah, la palabra, mortal y perecedera, reconvertida en eternidad por la belleza y por el entusiasmo sin límites. Y allí estaba escrita, allí sonaba, la palabra que podía ser repetida, transformada hasta el infinito. Allí estaba: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!. Sí, había que reunir todas las voces de la Tierra, las claras y las oscuras, la enérgica del hombre, la flexible de la mujer, hincharlas, aumentarlas y modificarlas, enlazarlas y separarlas en rítmicos coros, dejar que ascendieran y descendieran por la escalera de Jacob de los tonos…”
Sí, había que “enardecerlas con el agudo toque de los clarines. Dejar que rugieran con el estruendo del órgano. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! Con aquella palabrea, con aquella gratitud, crear un grito de júbilo que desde la Tierra resonara de vuelta hasta el Creador de todas las cosas”.
Le ofrecieron ayuda antes de que entrara a su cuarto, y el maestro soltó un gruñido y se encerró en su recámara a componer. ”Nadie más se atrevió a acercarse. Y en tres semanas Händel no abandonó la habitación. Cuando le traían comida, precipitadamente desmenuzaba con la mano izquierda unas cuantas migas de pan, mientras la derecha seguía escribiendo…”
“Durante aquellas semanas Georg Friederich Händel perdió la noción del tiempo, de las horas. Ya no diferenciaba el día de la noche…. En toda su vida , jamás le había sobrevenido un arrebato creador como aquél. Jamás había vivido ni experimentado la música de aquel modo….
“Al fin, al cabo de solo tres semanas –algo inconcebible aún hoy y para siempre, el 14 de septiembre (1741) la obra estaba terminada. La palabra se había hecho música…”.
“Sólo faltaba una palabra, la última: ´Amén´, aquellas dos breves y rápidas sílabas Händel las acometió ahora, para construir con ellas una escala que, sonora y gradualmente, ascendiera hasta el cielo. Y arrojó aquellas dos sílabas a unas voces y luego a las otras, en un coro cambiante. Las alargó y una vez más las separó, para volver a fundirlas aún más ardientemente…”
Prosigue Zweig: “Como el aliento divino, su fervor penetró en las notas finales de su gran oración, que resultaron tan limpias como la Tierra y se llenaron de su plenitud. Aquella única palabra, la última, no le abandonó, y él tampoco la dejó. En una fuga grandiosa construyó aquel ´Amén´ a partir de la primera vocal, la resonante A, el sonido primigenio del principio, hasta convertirlo en una catedral retumbante y llena.”
La obra de Hándel, y la gran narración de Zwieg, continúa así: “Y con el resto alcanzó el cielo, elevándose más y más alto, volviendo a caer y elevarse hasta que , atrapado al fin por el ímpetu del órgano, arrojado hacia arriba una y otra vez y con violencia por el poder de las voces unidas, colmó todas las esferas, como si en aquella triunfal melodía de agradecimiento también cantaran los ángeles, y el techo, con ese eterno ´¡Amén!´¡Amén! ¡Amén!´, saltara hecho pedazos sobre él”.
Había concluido: “Händel se levantó a duras penas. La pluma se le cayó de la mano. No sabia dónde estaba. Ya no veía, ni oía. Sólo sentía el cansancio, un cansancio infinito. Tuvo que sujetarse de las paredes. Daba tumbos.”… Añade Zweig: “Como un ciego siguió pakpando a lo largo de la pared. Después cayó sobre la cama y durmió como un muerto”.
La obra se estrenó en Dublín. ASl momento de acordar el pago, Händel lo rechazó.
“No –dijo en voz baja-. No quiero ningún dinero por esta obra. Nunca cobraré dinero por ella. Jamás. Por ella estoy en deuda con otro. Será siempre para los enfermos y para los presos, pues yo mismo he sido un enfermo y me he curado con ella-