Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
La comparecencia matutina del presidente del pasado viernes será un referente histórico. Fuera máscaras e imposturas, López Obrador se mostró tal cual es. Su enojo lo llevó a extremos de irresponsabilidad imposible dejar de lado. No se trata de un presidente enojado, es más que eso, su conducta y sus palabras lo exhiben: un hombre de rencores, odios y dispuesto a violentar la legalidad.
Está solo. No hay quien le contenga en sus arrebatos, pero sí quien le aliente en tales desplantes. El episodio, imposible de imaginar, pareciera un elaborado capítulo de ficción. Un sentido erróneo de la dignidad propia y de su familia le lleva a la agresión al ciudadano. Muchos nos sentimos aludidos en su trato a Natalie Kitroeff, jefa de la corresponsalía del Times para México, Centroamérica y el Caribe.
Es ilegal difundir el teléfono privado de cualquier persona. Nada ni nadie contra la ley. El presidente invoca derecho de réplica. Se entiende su enojo y resulta evidente que tiene la convicción de que es víctima de los medios internacionales, a los que ve con desprecio. Es preciso destacar que igual sucede con los medios independientes nacionales y con cualquier particular que mantenga una postura crítica o que no le sea afín. Pasan a ser ejecutados en el paredón de la mañanera.
López Obrador refiere a la autoridad moral superior del presidente, no de todo presidente, solo él, en su condición de representante del pueblo de México para arrogarse el derecho de difundir el número telefónico privado y desentenderse de la norma que salvaguarda el derecho de privacidad. Un día después responde con enojo y reitera su decisión de divulgarlo a partir del derecho que le asiste frente a la supuesta calumnia de la que son objeto él y su familia.
Se puede entender la indignación del presidente como la de cualquier persona a la que se le hacen imputaciones a partir de información no verificada de criminales a los que se otorga calidad de testigos. No es la primera vez, tampoco la última que medios internacionales divulgan información como esa; es una práctica discutible, independientemente de la calidad del medio y del periodista. Desde luego, el enojo presidencial no da derecho a violentar la norma. Si el presidente se concede el derecho de pasar por encima de la ley, se entiende la agresión ilegal de la que hemos sido sus víctimas muchos ciudadanos. Invocar el respeto a la dignidad presidencial se vuelve patente de corzo para desconocer garantías individuales y desentenderse de los límites que la ley impone al poder presidencial.
La investigación de la DEA fue auténtica y seguramente son ciertos los testimonios sustento de los señalamientos, pero en forma alguna significa que sean veraces, son afirmaciones de delincuentes, algunos de ellos en búsqueda de beneficios por sus acusadores. Es el propio presidente quien ha dado validez a este tipo de pruebas. El caso Lozoya o Ayotzinapa se han sustentado con base al testimonio de criminales confesos con la pretención de beneficios asociados a los criterios de oportunidad; recoje lo que ha sembrado.
Especulando en el propósito de las filtraciones, debe diferenciarse la DEA de sus integrantes. Parece claro que no remiten a la agencia por el daño institucional que provoca, sino a aquellos con acceso a la información, interesados más que en afectar al presidente de México, a la relación bilateral en el contexto de la campaña presidencial norteamericana. La migración es un tema fundamental para la reelección de Joe Biden; parece lógico que el golpe pudo tener la intención de beneficiar a Trump.
La información que pretendía divulgar el NYT era altamente sensitiva para el presidente, su familia y el país. Por la misma consideración exigía una respuesta institucional fuerte, convincente y cuidada; no ocurrió así y el mandatario resolvió responder en términos personales y de acuerdo con su estado de ánimo.
Se revela así que López Obrador está solo, resuelve de acuerdo a sus pulsiones autoritarias y enojosas todo problema que se presenta, especialmente los muy graves. Para algunos, el presidente más bien está mal acompañado, mal aconsejado. No parece ser el caso porque un consejero no es un amanuense, no es quien advierte la mangitud del error al que se encamina a quien sirve y que por su precaria calidad no tiene el valor para hacérselo saber.