Líneas Quadratín
Quiso enlistarse en la FAM y fue rechazado. Se trasladó a Estados Unidos para darse de alta en la aviación yanqui y fue deportado. Sin perder el ánimo, peregrinó a Canadá. Se inscribió en una escuela técnica en Ottawa y en poco tiempo logró incorporarse como voluntario al programa de entrenamiento de la RFAC, obtener las alas de piloto y tripular las naves más avanzadas de la época, equivalentes a los actuales cazas supersónicos.
En aquel camino conoció a Dorothy O’Brian, una chica de 16 años campeona de baile y de patinaje sobre hielo, y fueron novios hasta su traslado al teatro de guerra. Al morir Luis en Normandía, Dorothy recibió los telegramas con la noticia, pero le fue imposible recuperar los restos. Aquella adolescente que se prendió de un joven mexicano en un baile, a partir de entonces alimentó de recuerdos su amor.
Sesenta años después, ya abuela y con ayuda de su esposo Denis Pratt, un comandante naval retirado, localizó en Sassy la tumba del hermoso mexicano a quien nunca olvidó. Se embarcó en una cruzada para recuperar su memoria y en 2004 logró que se organizara un homenaje a la memoria del pilote d’avion mexicain cuyo recuerdo sigue vivo al día de hoy en una región en donde se venera a quienes liberaron al país de la plaga nazi. Sassy dio el nombre de Luis Pérez Gómez a su única plaza. A ese homenaje el embajador mexicano Claude Heller envió a su jefe de prensa. ¿Qué habrá pasado por la mente de tan notable diplomático? ¿Quizá que rendir honores a un muchacho tapatío, hijo de una familia nada ilustre, víctima, como millones de otros jóvenes, de una guerra concluida 60 años antes y en un pueblo de 250 habitantes que nadie podía localizar en el mapa, era un evento no digno de su alta investidura? Vaya usted a saber.
Pero Dorothy… Cuando era una anciana de 82 años, abuela y viuda, seguía recordando a su hermoso mexicano con el mismo amor que sintió la noche en que bailó por primera vez con él. Es cierto que los muertos de guerra en realidad nunca mueren. “En mis sueños él sigue teniendo 20 años y yo 16”, confesó en una entrevista. Cada vez que sentía que la vida la asfixiaba se encerraba en sí misma y regresaba a la nochevieja de 1943 cuando bailó con Luis en el Château Lauriel en Ottawa y las demás parejas les cedieron la pista y les aplaudieron.
Sin duda, la corta vida de Luis y sus hazañas en el episodio que frenó la avalancha nazi no cambiaron el rumbo de la historia, pero sí son un ejemplo para todos los que transcurren su existencia arrastrados por la corriente, incapaces de mover un dedo y decidir su propio destino. En 1922, el gran George Mallory fue cuestionado acerca de “las verdaderas razones” de su insistencia en llegar a la cúspide del Everest. Dos veces había intentando conquistar a la montaña y dos veces se había frustrado su propósito. Su respuesta fue: “¡Porque está ahí!”… y con esa frase inmortalizó al germen que dispara las grandes proezas. Fiel a sí mismo, en 1924 subió por tercera vez a la montaña y perdió la vida. Su cadáver congelado fue encontrado cerca de la cumbre 75 años después, en 1999. Nunca se supo si falleció antes de llegar a su meta o de regreso. No importa. Su ejemplo es lo que vale.
Setenta y cinco años después de su propio Everest a bordo del Spitfire 21-S MK-607, el de Luis es un ejemplo semejante. He aquí a un meritorio epígono de Mallory. Falta que su memoria sea recuperada entre los suyos, en el país que dejó un día de 1942 cuando escuchó el repique de su tambor y sin vacilar partió tras un sueño.
El nombre de Luis Pérez Gómez está inscrito en el Libro Memorial que se exhibe cada septiembre en el Parlamento canadiense en recuerdo de los caídos en la guerra, y también se encuentra cincelado en el Muro de Honor de los pilotos de la RFAC abatidos en la guerra.
Los canadienses lo honran como a uno de los suyos. ¿Veremos a un embajador mexicano colocar laureles en el sepulco de Luis Pérez Gómez en el camposanto de la iglesia de San Protasio y San Gervasio en Sassy, o asistiremos a la develación de una placa con su nombre en el Colegio del Aire?
Sólo el tiempo lo dirá.