Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
En la guerra la primera baja es la verdad. La propaganda es el recurso primario, que igual vale para la conflagración convencional que para la política. En condiciones normales, los estados democráticos tienen estándares de veracidad y apego a la verdad que ofrecen certeza sobre lo que hacen sus gobiernos. El problema es la excepción y allí ni las naciones con mayores y mejores patrones de escrutinio, libertad de expresión y poder desconcentrado y acotado están a salvo. Solo como ejemplo, habrá de recordarse la invasión en 2003 de EU y aliados a Irak con la justificación del presidente George W. Bush, avalada por los gobiernos en la coalición, de que Irak poseía armas de destrucción masiva, falsedad que prosperó a partir del sentimiento de agravio de los norteamericanos por el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001.
La lógica de guerra se impone y el mundo entero no tiene la capacidad para procesar de manera, ya no digamos razonable, sino humanitaria el sentimiento de ultraje por los ataques terroristas, cuyo objetivo se alcanza al momento mismo que se logra desestabilizar el orden de cosas y provocar una respuesta que pone en entredicho la superioridad moral y de civilidad de los países, particularmente de las democracias.
Cabe señalar y subrayar que la neutralidad no lleva a ninguna parte. El presidente López Obrador debió apoyar a su canciller Alicia Bárcena en la declaración que condenaba al terrorismo después del brutal, cruel y despiadado ataque de Hamás a la población civill en territorio de Israel. La condena firme y decidida al terrorismo a partir del respeto al derecho a la vida es el punto de partida para exigir que la nación agraviada actúe en consecuencia, con apego a las reglas humanitarias que imperan incluso en la guerra. Israel, gobernado por una coalición que pende de los radicales, ante la agresión terrorista era del todo previsible que los halcones hicieran su causa en un ánimo consensuado de venganza, lastimando los más elementales derechos humanos. Un tercio de los decesos en Palestina son de menores. En nombre de Dios, no ahora, siempre, suelen cometerse los actos más extremos de barbarie.
La neutralidad o los llamamientos genéricos a la paz lleva a la inmovilidad, al silencio que no ayuda ni protege a nadie ni representa causa alguna. México tiene una tradición pacifista, pero no de neutralidad ni tampoco de indiferencia. La salvaguarda de los derechos humanos, especialmente el de la vida, debe estar en el centro de la diplomacia en condiciones de confrontación bélica. No deja de ser un tema que el país viva condiciones de violencia extrema y desprecio a la vida, como se advierte en los 169,000 homicidios en lo que va del sexenio y los cientos de miles de decesos por la gestión negligente durante la pandemia. México es un país enfermo, gravemente, al menos en lo que se refiere al derecho a la vida. La esperanza de vida de 2018 a 2021 ha bajado más que en ninguna otra parte, de 75 a 71 años.
La justa indignación mundial por el ataque terrorista a Israel por el grupo terrorista Hamás se acompaña de la obligada respuesta de combatir y exterminar a los perpetradores, pero no es licencia para ensañarse con la población civil palestina, incluso si existe simpatía de muchos palestinos a la cobarde acción terrorista. Hacer que las fuerzas armadas de Israel se comporten a imagen y semejanza de sus enemigos significa que los terroristas lograron su objetivo, particularmente en su desprecio a la vida y su descalificación del enemigo israelí.
Los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea son rehenes del extremismoque se ha incubado en el gobierno de Israel. Por razones humanitarias elementales se debe exigir un alto al ataque a la población civil. Deben hacerlo los gobiernos, los organismos multilaterales, así como las organizaciones civiles, medios de comunicación y líderes globales de opinión. Precisamente, porque se condena y rechaza al terrorismo ha de llamarse al gobierno de Israel a someter su actuación a las reglas que la civilidad y el respeto a la vida imponen a los Estados en circunstancias tales y que, por trágica experiencia propia, son valores que suscribe el pueblo judío.