Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
La verdad es que sí, los reporteros a veces son bastante tenaces, hasta el punto de resultar molestos. Podemos afirmar satíricamente que una buena forma de representarlos es con buitres, ya que están constantemente buscando que los actores de la vida pública cometan errores para poder exponerlos. Claro está que se ha convertido en una profesión y, por lo tanto, en una industria, ya que emplean su tiempo en revisar, analizar, discutir, opinar, investigar, entrevistar e incluso dibujar para comunicar las noticias, los hechos o compartir opiniones con el público en general, que a su vez consume dicha información, pagando voluntariamente por un periódico o recibiendo la publicidad de quienes se anuncian en los medios. Usted sabe cómo funciona esto, querido lector.
Pero a pesar de que algunos pretenden que el trabajo del reportero sea mal pagado o que la publicidad que se vende en los medios sea gratis, en realidad no se trata de un trabajo de caridad, sino de un trabajo digno que requiere esfuerzo y, en muchos casos, riesgo. Basta con observar los 43 periodistas asesinados durante este sexenio para entenderlo. Pretenden hacer ver mal al periodista por ganarse honradamente un salario, e incluso pretenden que aquellos periodistas o comunicadores que son más escuchados, ya sea por su capacidad de divulgación o su exposición pública, sean considerados personas más malvadas. Eso va más allá de lo ridículo. Es como pretender que aquel que llega a un puesto político, ya sea por elección popular o designación, no reciba un salario por su trabajo, pretendiendo que se conviertan en ascetas o misioneros de alguna clase. Y esto no sería el discurso de los poderosos si no les hicieran temblar con sus investigaciones, cuestionamientos y opiniones.
Uno de los peores comportamientos que ha mostrado Andrés Manuel López durante su sexenio y sus campañas ha sido el de denostar a todos aquellos que han puesto el ojo sobre su figura pública, y por supuesto, sobre su figura privada cuando esta interfiere con sus responsabilidades o con la ley misma. Los correligionarios de la 4T han criticado vehementemente la denominada guerra contra el narco emprendida por el expresidente Felipe Calderón, pero guardan silencio cuando se trata de un discurso de odio emitido por el Peje desde la más alta tribuna del país, condenando a aquellos que no tienen ninguna controversia con la ley (los reporteros), a diferencia de los criminales que ejercen actividades ilícitas como el narcotráfico.
Por ello, lo expresado en las últimas semanas por el presidente de la República adquiere una gravedad altísima al declarar públicamente su injerencia en el poder judicial de la nación, en tiempos de Arturo Zaldívar, a quien ya se le tachaba de lacayo del poder ejecutivo, y que ahora ha sido abiertamente declarado como tal. Por otro lado, la declaración de AMLO de que la ley está por debajo de la voluntad y la dignidad del presidente es, sin duda, una declaración que debe quedar grabada en la historia como la definición de la política tirana de la llamada cuarta transformación. Para el Payaso de Palacio, la ley no existe, o como lo dijo en algún momento: «A mí no me vengan con que la ley es la ley». No solamente siendo presidente, aquel que en un momento dado se declarara legítimo, lo cual tiene una connotación también legal, aquel que juró hacer valer la Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos, aquel que pretende crear nuevas leyes (¿Para qué crear nuevas leyes si no le importa que se respeten?), sino también por el hecho de que su supuesta profesión proviene de un título de abogado emitido por la más alta casa de estudios de México, título que le costó 14 largos años conseguir. Es inexplicable que exista tal desprecio, aborrecimiento, dilapidación y escarnio contra el conjunto de normas jurídicas que nos rigen como nación.
Este monero se considera con todo el derecho a emitir cualquier opinión en contra de este personaje, que desgraciadamente llegó al poder y que seguramente va a pretender no soltar esta influencia en los siguientes años, si le es posible. A menos que, como mucho deseamos, la misma ley le haga pagar la responsabilidad y las consecuencias sobre todos estos miserables actos de tiranía y corrupción, y no solo lo prive de la libertad, sino también de su capacidad para seguir inmiscuyéndose en los futuros designios del país.