Líneas Quadratín
“La muerte de una persona no es un número. La vida de todos debe tener sentido. Lo escrito aquí es algo que nunca podrás sentir con las palabras ‘tantos muertos’; es su aliento”. Esta frase del afamado escritor japonés (autor de la muy conocida saga de detectives sobrenaturales Bungo Stray Dogs), Kafka Asagiri, revela por qué nos indigna tanto lo sucedido en torno al bebé Tadeo.
Todo el episodio es escalofriante. Tadeo nació en el Estado de México, debido a una enfermedad congénita fue atendido y hospitalizado en Iztacalco para ser intervenido quirúrgicamente; falleció de tres meses de edad el 5 de enero pasado y al día siguiente fue sepultado en el panteón de Iztapalapa. En algún momento, entre el 7 y el 9 de enero, su tumba fue profanada y su cadáver robado para ser trasladado a lo largo de 145 kilómetros hacia el penal de San Miguel Puebla. El cuerpo del bebito fue hallado el 10 de enero entre la basura del presidio y fue entonces que la sociedad comenzó a enterarse de este crimen y de este drama.
De inmediato, medios de comunicación, agencias sociales y autoridades intentaron reconstruir los hechos pero, sobre todo, intentar dilucidar teorías e hipótesis que medianamente explicaran las razones detrás de tan monstruosa historia. Evidentemente, ninguna explicación será suficiente y la indignación jamás será satisfecha.
Esta historia, además de revelar la pasmosa inoperancia de todas las autoridades e instituciones involucradas (que no pueden combatir el robo de tumbas ni el ingreso de cadáveres a centros de reclusión) nos confronta a un sentimiento que no puede acallar la fría lógica, en nosotros persiste la incómoda pregunta sobre el porqué de estos actos: ¿Qué trozo del alma llevan roto aquellas personas que participaron en este horrible acto? ¿Qué fragmento de humanidad han perdido? Y, sobre todo, ¿por qué nos duelen este tipo de historias?
Primero, tienen razón quienes afirman que algunos de los efectos del neoliberalismo ideológico y la mercantilización de todo, incluída la vida humana, se encuentran en el fondo moral de un acto tan inhumano como el realizado contra el cuerpo de Tadeo. No siempre lo advertimos, pero es una realidad que los derechos humanos muchas veces han terminado manipulados por los principios del mercado neoliberal.
En 2017, por ejemplo, cuando la torre residencial Grenfell en Londres se incendió dejando 70 víctimas mortales y cientos de personas damnificadas (recibidas humanitariamente en iglesias y mezquitas), un líder del partido laborista sugirió que el Estado requisara propiedades vacías de un vecindario de clase alta para albergar temporalmente a los sobrevivientes. La propuesta fue rechazada por el partido conservador y la calificó como ‘idea comunista’. Por si fuera poco, se apeló a los ‘derechos humanos’ de los propietarios e inversionistas pues se dijo que tales derechos sólo existían “para que las personas puedan asegurar su libertad individual y sus propiedades”.
Si esto último nos suena conocido es porque este principio mercantilista que condiciona la dignidad humana de terceros a valores egoístas personales es cotidianamente disfrazado entre eufemismos de libertad y derechos que, desde el poder, se imponen contra los más vulnerables o inocentes.
Es claro que el neoliberalismo secuestra las interpretaciones de los derechos humanos, las pervierte, las utiliza y manipula en beneficio del orden mercantil y en concordancia con ciertas ‘leyes de mercado’ a las cuales les atribuyen cualidades absolutas. Eso sí, hay que mencionar que otros sistemas económicos, políticos o filosóficos (como el estatismo radical o los nacionalismos a ultranza) también reducen al ser humano a un simple medio para un fin. Arrancan de la persona su esencia y valor trascendental intrínseco para sustituirlo por un número, un soldado, un partidario, un adherente, un súbdito o una pieza del engranaje social.
En el fondo, la visión utilitaria del ser humano es consecuencia de la relativización de la dignidad de la misma vida humana, una dignidad que se limita, se sospecha o se condiciona. Es entonces que un individuo -destrozada su psique- es incapaz de ver la humanidad compartida con el prójimo.
El caso del bebé Tadeo no se reduce a un simple saqueo de tumbas, de maniobra de restos mortales o de corrupción carcelaria; si nos afecta en lo profundo -y espero que así lo comparta, querido lector- es porque la muerte de una persona no es un número; porque nos importa el origen y el destino final de cada vida humana; porque, brevemente, el corazón de Tadeo tuvo pulso y, aunque exhaló su último aliento, su vida tuvo y tiene sentido.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe