Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Federico Berrueto
Las dos fuerzas políticas fundamentales han anticipado los tiempos sucesorios. Ante la ausencia de autoridad que hiciera valer los tiempos formales para que los partidos seleccionen sus candidatos, oposición y oficialismo se han emplazado en forma para elegir su representante en septiembre con miras a los comicios de junio de 2024. La idea de estrechar tiempos de campaña era doble: evitar que la ola sucesoria se impusiera sobre la función de las autoridades para cumplir con su responsabilidad y determinar un piso igualitario de tiempos para emprender su proselitismo.
Aunque el escepticismo se hace sentir, es preciso reconocer que oficialismo y oposición han innovado en su proceso. Los cambios no son menores en los dos casos; por parte de Morena, su modalidad para elegir es muy compleja como para afirmar que es un dedazo simulado. Claro que el presidente tiene su preferencia, pero quien prevalezca tendrá que acreditarlo con una encuesta que dista de ser discrecional y opaca, como en los tiempos de Yeidckol dirigente.
La encuesta es un mal medio para elegir. Hay muchos problemas metodológicos y sus limitaciones saltan a la vista. Sin embargo, los partidos se decantan por ésta por su bajo costo y el miedo de dar un paso decisivo hacia la única democracia real, la de los votos, la de las urnas. Increíble que cuando los políticos se llenan la boca con una supuesta democracia, prefieran un estudio de opinión en lugar de un método democrático.
El problema del método de Morena va más allá. Su miedo es la pérdida de unidad, que obliga al presidente -que debiera ser de todos los mexicanos- a volverse el dirigente para generar confianza y cohesión entre los aspirantes. Lo mismo es árbitro, promotor que golpeador de la oposición. El consenso entre aspirantes sobre las reglas y el método no es tal, sino una forma de reafirmar sometimiento. De esta manera no habrá debates y para simular el cumplimiento con la ley, todo el proceso se acompaña de la farsa: no hay aspirantes, no hay proselitismo, no hay gasto en campaña, no hay mítines, no hay fechas ciertas para la decisión y tampoco hay un candidato a elegir.
Sin embargo, no puede menospreciarse la decisión de López Obrador de hacer algo diferente. Conceder la exigencia de Ebrard de que los aspirantes debieran renunciar de sus cargos no es un asunto menor, tampoco que encuestadoras espejo validen el ejercicio demoscópico que realizará el órgano interno del partido. No hay democracia, pero sí incertidumbre. No hay libertad para hacer campaña, pero sí activismo de los aspirantes.
En el campo opositor la situación es diferente, la simulación también es diferente. Allá es una actividad de partido, acá hay un órgano ciudadano. En ambos casos se trata es de seleccionar candidato antes de septiembre, meses antes de los tiempos oficiales. También en ambos casos existe miedo al proceso democrático ciudadanizado. Allá se le reemplaza con la encuesta, en la oposición se presenta un híbrido que asimila la encuesta y el voto restrictivo por la desconfianza a que los morenistas subviertan la voluntad mayoritaria de quién sería la mejor propuesta para conducir el cambio.
En cualquiera de los casos hace sentido que quien decida, vía encuesta o el híbrido opositor, no sea el más interesado en que las cosas resulten mal o que se escoja al peor. La democracia mexicana se construyó a partir de la desconfianza, espectro que continúa dictando normas y prácticas políticas. El problema radica en que esta reserva pueda volverse contra la autenticidad de un proceso democrático.
La política es el resultado entre lo deseable y lo posible y para el caso de la oposición un complejo encuentro entre los partidos y la organización ciudadana. Un proceso genuinamente democrático para seleccionar sucesor no predomina entre los partidos gobernantes prácticamente en ninguna parte. En el caso de la oposición, resultado del perfil político de las dirigencias, no poco se ha alcanzado con lo que este lunes se presenta a la opinión pública. No hay base para decir que es un método para perder, pero tampoco se puede anticipar como la mejor vía para ganar. En todo caso es un método que se acreditará con la buena conducción de sus organizadores.