Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Apenas unos días antes del fallo de condena a Genaro García Luna, el expresidente Felipe Calderón proponía a la oposición cómo reagruparse y reorganizarse. Lo hacía con el conocimiento pleno de que los partidos políticos han perdido ascendiente en la sociedad mexicana. La propuesta valía en sus propios términos, pero muy complicado que fuera Felipe Calderón por el caso penal en NY, quien, además, como presidente hizo un significativo daño al PAN. Ganó el poder, pero perdió al partido.
A partir de allí el PAN se transformó para mal. Le hizo daño su estancia en el gobierno, más con Felipe que con Vicente Fox. La diferencia entre ambos es que el de Guanajuato siempre, incluso como presidente, mantuvo distancia del partido que lo llevó al poder. No fue el caso de Calderón. Los dos exdirigentes por él promovidos, más allá de sus cualidades, venían de su círculo cercano y ambos coterráneos de Michoacán. Manuel Espino, dirigente durante su campaña fue echado de mala forma. El PAN perdió del sentido de organización independiente del gobierno.
Después de ser presidente Felipe se alejó del partido porque advirtió que se había extraviado del proyecto originario. No advirtió que fue consecuencia de lo que él mismo hizo o propició. No sólo ello, intentó formar un partido diferente, esto es, la competencia al PAN con su misma base y programa. Las cosas no salieron bien por el rigorismo del INE; hubiera sido sano para todos que el proyecto hubiera tenido éxito.
No se entiende que el expresidente se emplazara nuevamente en la política y hacerlo a la distancia, con el antecedente haber solicitado y obtenido residencia formal en España. Pero más que eso, lo que es incomprensible es que no anticipara la condena de su secretario de Seguridad Pública y las consecuencias de ello. Desde la perspectiva nacional el fallo de la justicia norteamericana es discutible; pero no debe minimizarse su efecto para el país y particularmente para el expresidente, su gestión y de alguna forma para el partido que lo llevó al poder. Ahora, la exigencia pública -no sólo la del presidente López Obrador- es que rinda cuentas por la percepción de una relación indebida de su gobierno con el crimen organizado.
Al menos por un buen rato Felipe Calderón se vuelve una figura tóxica en la política. Quizás injusto y desproporcionado, pero es la realidad y, por lo mismo, debe llamar la atención que un hombre inteligente no lo haya previsto para no dificultar a la oposición, con la que se identifica. Si alguna duda tiene de la manera como le han cambiado las cosas sería suficiente dar lectura al editorial del sábado de El País, para advertir lo que se piensa de él y su gestión, al menos en un influyente sector de opinión de la nación que escogió ser huésped.
Pero no solo se equivocó el expresidente. También la dirigencia nacional del PAN, la que se quedó pasmada. ¿Acaso tenía la esperanza de que García Luna fuera absuelto cuando la misma estadística es de éxito de la fiscalía en casi todos los casos que lleva a tribunales? Si el escenario casi seguro era el de condena ¿por qué no prepararse para ello? Sin duda se minimizó el asunto bajo la ingenua tesis de que ni García Luna ni Felipe son miembros del PAN. Se puede entender que el expresidente haya perdido pulso de la política, no así la dirigencia del partido más relevante de la oposición y la opción natural de los sectores urbanos y clase media como alternativa al régimen en curso. El contenido de la respuesta y los tiempos de ésta son la medida justa de la calidad de la oposición partidaria y en eso Calderón, como muchos, no está equivocado: algo debe hacerse para dar cauce a la exigencia ciudadana de una mejor representación política partidaria, lo que se convalida con la masiva respuesta a la manifestación de ayer domingo en defensa del voto.
Debe preocupar mucho que el despertar ciudadano en el empeño de cuidar a las instituciones de la democracia esté acompañado por partidos políticos en la confusión, el oportunismo y la mediocridad. Con poco o sin mérito en 2024 van a obtener una importante votación. Por lo mismo, la exigencia básica de la movilización ciudadana es exigir que el candidato o candidata presidencial y quizás para los cargos ejecutivos de mayor importancia resulten de un proceso democrático incluyente, ordenado y con reglas claras a manera de construir una candidatura cuyo sustento sea el ciudadano y no dirigencias partidarias descalificadas por su propia conducta.