El general Gustavo Vallejo tendrá que recordar, en algún instante, bañado en sudor, agobiado, cubierto de polvo, supervisando la obra más ambiciosa, las tardes parisinas, las mañanas caminando a la mansión que alberga, barrio elegante si los hay, la Embajada de México en Francia. Meses, días, que detenían el infinito frenesí de la oficina del general secretario, tiempo sin dormir, el primero en informar, el último en despedirse, a cargo de la mayor cercanía.
Vallejo es, para todos los efectos del sexenio, un militar muy joven, cercano a los cincuenta años, que obtuvo su segunda estrella, general de brigada, en noviembre de 2018. Nunca tuvo otro destino que ser militar, por vocación familiar, por convicción personal.
La construcción del aeropuerto Felipe Ángeles es, sin duda, el reto más grande que imaginó enfrentar.  Hasta ahora. Porque ya tiene otro más grande.
No únicamente por lo que la construcción en sí significa, sino por todas las situaciones políticas que le son ajenas, pero cada día le impactan.  La más reciente la bronca, armada, de la presunta falta de agua, cuando ya construyeron instalaciones para abastecer una ciudad. Recordemos las amenazas de los transportistas, el atosigo de las empresas constructoras. Sin contar el hallazgo de los mamuts.
A su pesar, es muy reacio a las luces, tiene que enfrentar a los medios por orden superior, igual que aparecer informando al Presidente de la República.
Nunca una obra pública, recordemos los desastres del sexenio pasado, ha estado tan supervisada. Lo que, también, significa dedicar mucho tiempo a papeles. El nuevo aeropuerto será, lo escuchamos este lunes desde Mérida, el mejor, el más adecuado a los tiempos del Coronavirus.
La  construcción va a tiempo, como hacen los militares, cumpliendo cada día las metas establecidas, ahorrando dinero.
Y por eso se sacó la rifa del tigre: La construcción de la última etapa del Tren Maya.
O sea, el general Vallejo no tendrá vacaciones.  Ni siquiera un fin de semana largo.  Del polvo infinito de la construcción de las instalaciones de Santa Lucia, que no pararon un día durante la emergencia sanitaria, irá a la selva.  A una región del país lo que sigue de inhóspita.
López Obrador está convencido de la capacidad del general Vallejo, de que los militares habrán de cumplir a tiempo con la construcción del aeropuerto general Felipe Ángeles, confía plenamente en ellos.  Y por eso se harán cargo del Tren Maya.
La selva donde construirán está llena de animales, de mosquitos, de insectos, y también de violencia, porque son caminos de los narcotraficantes que suelen perder, así ganan dinero ilícitamente, aviones que cuestan millones de dólares.
Comunicar al Sur Sur, al extremo más lejano del país, frontera con Guatemala y con Belice, a la zona donde vivieron los mayas, donde siguen ocultas muchas de sus ciudades, donde habitan campesinos olvidados de los gobiernos, será la mayor hazaña para el Tren Maya.  Se trata, en verdad, de un cambio profundísimo que traerá oportunidades, progreso, igualdad, permeabilidad social, comida.
Un  cambio social que definirá al gobierno de López Obrador, un parteaguas en la historia contemporánea.
Y para esto, el Presidente López Obrador, confía en los militares.  Confianza que inicia con el general secretario Luis Cresencio Sandoval.  Confianza inmensa.
Quién lo hubiese imaginado…

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