Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Nos enteramos que se reúne la República, en Palacio Nacional, ¿dónde más? Son reuniones frecuentes en las que se dirime el futuro de la nación, faltaba más. Esta vez para rasurar el padrón de desaparecidos, cierto, pero el pretexto no importa porque cada vez que esto ocurre la reunión sólo convoca a 22 gobernadores, de 31 estados y el de la ciudad de México. Nos preguntamos entonces, ¿y qué pasó con los demás? Fácil, la respuesta: Son sólo los gobernadores de este nuevo país que se ha creado a nuestras espaldas: Péjico.
Sí, sé que suena raro, pero así es. De pronto descubrimos que se ha estado creando esta nueva república donde no tienen cabida los opositores, que deberán ir pensando en crear una nueva nación, o no. Pueden seguir llamándose México, un México más pequeño, cierto, pero México al fin. Ni ellos, ni nosotros, estamos considerados en el otro país que se construye a nuestras espaldas. La de los mexicanos.
Los medios nacionales, que no se atreven, por timidez quizás, a reclamar que nos despojan de la mexicanidad, lo reportan sin escandalizarse, este asunto, esta anomalía, que se ha normalizado también, como ocurre con los casi cien asesinatos diarios, la miseria creciente, la opacidad y, sobre todo, la corrupción que envuelve a Péjico. Los pejicanos, por su parte, están felices de dirimir sólo entre ellos los temas que deberían incluir a todos. Justo de eso se trata, de exclusión, de echarnos a patadas de una república que creíamos pertenecía a todos. Así era antes. Ya no más.
El presidente Peje hace muchos años, desde el 1 de diciembre de 2018, decidió que sólo gobernaría para sus acólitos, para los que siempre le dicen sí a cualquier puntada que se le ocurra en las mañaneras que, no lo dicen, claro, ha perdido casi el 90% de audiencia. Ya sólo las escuchan su familia y sus cercanos, musitan en secreto. Sin contrapesos, eso sí, porque aquellos mismos medios de que hablábamos reproducen cada palabra que emite, sin filtros, sin crítica, sin reclamar ni por los maltratos ni por, faltaba más, las amenazas.
Los habitantes, los gobernadores, del México en que creíamos vivir, tampoco reclaman. Se han acostumbrado a ser ignorados, maltratados, ninguneados. Allá ellos, me digo mientras pienso si no sería hora de llamar a crear, otra vez, un nuevo país, al que podríamos llamar México, con los restos, con lo que ha quedado.
Sería un país, sueño, en el que tendríamos una Corte Suprema independiente, un INE independiente, y otros órganos autónomos verdaderamente autónomos. Puedo imaginar incluso un Senado y una Cámara de Diputados que se constituyan en contrapeso al Ejecutivo. Ah, me digo, soñar no cuesta nada.
El problema, sin embargo, es que Péjico concentra la riqueza que es de todos, y al ejército y la marina, que lo protegen todavía (otra cosa será cuando se vaya a La Chingada, su racho), que deseamos como la navidad. Ya queremos que se vaya para allá, a La Chingada, insisto, y que recuperamos ese viejo y querido México que es de todos.
Seguro que muchos mexicanos, de los pocos que quedamos, tendremos oportunidad de mandarlo para allá. Según los censos, aún quedamos muchos. Dependerá básicamente de si queremos seguir viviendo en México, o nos vemos obligados a mudarnos, con todo y chivas, al Péjico que desea el inquilino de Palacio, es decir un país para él solo, que podría ensayar en su rancho, aunque seguro estoy de que él no querrá que Péjico sea una república, sino un reino.