Líneas Quadratín
En momentos como los actuales nos hacen falta las plumas nacionalistas de Gastón García Cantú, Gregorio Selser y Manuel Buendía para fortalecer un muro informativo de resistencia ante el nuevo acoso estadunidense. Pero ante esa necesidad, nos encontramos con otra realidad: la configuración de una corriente de miramares mexicanos que emulan a la comisión que acudió al Castillo de Miramar, cerca de Trieste, Italia, para ofrecerle al archiduque Maximilian de Habsburgo la corona del imperio mexicano porque los mexicanos habían aceptado que sólo podían ser gobernados por un príncipe extranjero.
Es amplia la lista de intelectuales, políticos, empresarios y ahora prensa extranjera –es la lógica del texto de The Economist sobre “El falso Mesías”– que hoy están pidiendo que el presidente Joseph Biden salve a México de las garras del populismo. Pero si los mexicanos no son capaces de construir una mayoría que acote, limite, derrote o minimice al neopopulismo, entonces pudiera cumplirse la maldición de Miramar: México como colonia de un imperio europeo o como protectorado estadunidense.
La situación del 2021 podría estar reconstruyendo el escenario de 1985 cuando el gobierno de Ronald Reagan, en su fase de lucha contra el comunismo soviético, estaba frenando las tendencias revolucionarias de guerrillas latinoamericanas. En 1985, al calor del secuestro y asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, el senador ultraderechista Jesse Helms había abierto audiencias públicas en el senado estadunidense donde acudieron todos los funcionarios antimexicanos a señalar que México era ingobernable y que necesitaba entrar a la dependencia de EE. UU..
Los tiempos políticos también coinciden. En 1985 se realizaban las elecciones legislativas de medio sexenio, ya con indicios del avance del PAN en elecciones municipales en 1984 en estados del norte de la república. La intención de la Casa Blanca era promover la mayoría legislativa opositora y de ahí apuntar a la alternancia partidista panista en la presidencia de la república. El operador de esa maniobra fue el embajador estadunidense John Gavin, un actor que había participado con Reagan de manera muy intensa en la persecución de actores comunistas al comenzar el decenio de los cincuenta, esa famosa cacería de brujas en Hollywood que fue estallada por el senador ultraderechista Joseph McCarthy.
En aquel año uno de los pivotes contra México fue la CIA. La historia la cuenta Bob Woodward en su libro Velo. Las guerras secretas de la CIA: el director de la agencia William Casey había ordenado a su encargado de la mesa mexicana en la agencia elaborar un reporte que planteara a Mexico como un gobierno corrupto, caótico y antiestadunidense, a fin de apuntalar planes de presiones desestabilizadoras que buscaban la alternancia presidencial.
La tesis de la iranización ayatolesca de México la había fijado en 1979 el entonces encargado de la mesa de temas mexicanos en la CIA, Constantine Menges, en 1985 ya director de asuntos latinoamericanos del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. El texto titulado “México: un Irán a nuestras puertas” lo había proyectado como pieza del senador Helms. El responsable de la mesa México de la CIA, John Horton, que había sido jefe de la estación de la agencia en México, se negó a cumplir la orden diciendo que sus datos no reflejaban ese caos. Ante las presiones, Horton renunció y reveló en un artículo en el The Washington Post que la CIA fabricaba reportes para justificar desestabilizaciones extranjeras.
La presencia de la CIA en México articulada a la visita oficial de la vicepresidenta Kamala Harris el 8 de junio –dos días después de las elecciones mexicanas– carece de sentido oficial porque la agencia se dedica al espionaje, a la construcción de escenarios estratégicos, a promover golpes de Estado y a controlar fuerzas de seguridad de otros países. Para las giras de altos funcionarios se usan agentes del servicio secreto y del FBI. En consecuencia, la información oficial de la visita del director y del subdirector de la CIA antes de la visita de la vicepresidenta Kamala tuvo que ver con negociaciones de nuevas relaciones de seguridad nacional exigidas por la Casa Blanca de Biden, luego de que el gobierno de López Obrador suspendió la Iniciativa Mérida y fijo reglas legales para registrar agentes y operaciones de seguridad y narcotráfico de oficinas estadunidenses en México, a fin de evitar que operaran en la clandestinidad de los espacios de seguridad mexicanos.
Antes de esas visitas, el gobierno de EE. UU. había exigido a México replantear su estrategia de seguridad y había solicitado el arresto con fines de extradición de Nemesio Oseguera Cervantes El Mencho, jefe del Cártel Jalisco Nuevo Generación, y de Ovidio Guzmán López, hijo de El Chapo y encargado en el Cártel de Sinaloa del tráfico de fentanilo hacia EE. UU., la droga mortal que ha aumentado el índice de muerte de adictos.
El gobierno de Biden ha definido una nueva estrategia de seguridad nacional imperial sobre México, pero en momentos en que México ha replegado su política exterior y ha reducido su seguridad nacional a meros planteamientos de seguridad pública. En el escenario internacional, la Casa Blanca quiere que México sea el muro de contención de Centro y Sudamérica en materia de migración masiva y tráfico de drogas. Trump doblegó a México con amenazas de aranceles para que la Guardia Nacional Mexicana contuviera migrantes desde el Suchiate y no llegaran al Bravo.
Las relaciones de México con EE. UU. nunca han sido diplomáticas o amistosas. En 1969 el presidente Nixon cerró la frontera norte a los autos para obligar a México a aceptar las reglas antinarcóticos de EU, pero después de un abraso que se dieron en una reunión bilateral con el presidente Díaz Ordaz.
Los EE. UU., y México lo sabe muy bien, no tiene amigos, sino intereses.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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@carlosramirezh