Líneas Quadratín
La trampa de Biden
Democracia como segunda guerra fría
El periodo histórico conocido como guerra fría comenzó en los hechos con la guerra en Corea en 1950 por la disputa entre capitalismo y comunismo y terminó en 1991 con la disolución de la Unión Soviética y el fin de la disputa militar-económica entre capitalismo y comunismo.
El modelo del conflicto como factor de cohesión internacional fue explotado por la Casa Blanca: el miedo al comunismo obligaba a un alineamiento al capitalismo. Liquidado el comunismo, EU anduvo explorando otros fantasmas amenazantes que recorrieran el mundo: el terrorismo religioso musulmán no alcanzó a sustituir al comunismo; luego fue la amenaza nuclear de Irán, y tampoco tuvo la motivación de respuesta; enseguida se exploró la reconstrucción de Rusia comunista con Putin y nadie se asustó; ahora comenzó a agitarse la amenaza de China, sin que haya habido reacciones efectivas.
El nuevo juguetito ideológico de la Casa Blanca está en marcha: la defensa de la democracia, aunque se entiende que es la democracia occidental, cristiana, liberal y capitalista como la que define al capitalismo estadunidense. Pero como el comunismo quedó liquidado y bastante desprestigiado en el colapso de la URSS, ahora se trata de que la Casa Blanca –no EU como nación plural– se convierta en el faro de la democracia capitalista ante la amenaza de los regímenes populistas, en realidad nada comunistas, muy capitalistas y sólo de liderazgos personales antiestadunidenses.
Hacia el interior de EU, la administración Biden y su continuismo en la vicepresidenta Kamala Harris ilustra el acoso del populismo en la figura del expresidente Donald Trump (2016-2020), aunque en la racionalidad del análisis político Trump encabezó un gobierno personalista, pero con modelo económico capitalista-nacionalista. La base electoral de Trump ha impedido a Biden una mejor caracterización del pasado reciente: un régimen de perfiles fascistas como variante del capitalismo del gran capital en modo de dictadura.
Los gobiernos acusados de populistas en el mundo tienen un sistema económico capitalista, si acaso con programas asistencialistas que Washington acaba de potenciar en modo inflacionario. Los únicos modelos comunistas existentes –y más en forma de un pasado inservible que se niega a mutar– carecen de ejemplaridad: Corea del Norte, China, Rusia y China y las sociedades religiosas árabes, ninguno con capacidad ni autoridad moral para asumirse como comunista.
Lo grave del asunto se localiza en el hecho de que Estados Unidos no puede ser ejemplo de democracia idealizada en el modelo griego de la antigüedad. El sistema de representación política –propuesta de la Revolución Francesa para sustituir el modelo agotado de la democracia directa de ágora– potencia en EU el dominio de los grupos de interés, de riqueza y de poder que se han beneficiado del sistema capitalista que enarbola la democracia liberal.
En nombre de la democracia al estilo de los sheriffs estadunidenses la Casa Blanca ha invadido naciones, derrocado gobiernos electos de manera democrática y asesinado a líderes ideológicos disidentes y por su democracia ha metido al mundo en un peligroso equilibrio nuclear y en guerras de equilibro basadas en la propiedad privada y de control de los recursos naturales para la producción capitalista como el petróleo.
Si la Casa Blanca estuviera comprometida a fondo con la democracia, entonces debería de dejar en libertad a los países que se den los sistemas políticos que deseen sus pueblos. Y en casos de dictaduras autoritarias, también ahí existen fermentos democráticos que tendrán un día que consolidarse.
En el fondo, Biden quiere convertirse en el garante de la democracia occidental, liberal, capitalista, occidental y cristiana del mundo como una forma de seguir imponiendo su forma de gobierno y su modo de producción en países que quieren explorar, por sí mismos o por contradicciones de sus sociedades, otras formas de organización sistémica. En este sentido, la democracia de Biden es excluyente porque toca a la Casa Blanca definir quiénes sí son democráticos y quiénes no. Y todos los países del planeta tendrían que cumplir las condiciones antidemocráticas de la Casa Blanca para obtener el beneplácito hacia sus formas de gobierno.
El gran debate adicional debería darse en torno a la palabra democracia. En la realidad, la democracia es un mecanismo procedimental para garantizar el libre ejercicio de la individualidad política en la elección de los gobernantes y en formas adicionales para quitarlos. En este contexto, la democracia no es una forma de gobierno ni una forma de producción. De entrada, puede decirse que la democracia y capitalismo son excluyentes: la primera garantiza la pluralidad y la segunda se agota en la acumulación privada de riquezas sociales.
La Cumbre por la Democracia de Biden es una trampa que le otorgaría a la Casa Blanca la facultad extraterritorialidad para otorgar certificados democráticos a los países que se sometan a las reglas del capitalismo dominante y antidemocrático de EU. Y de paso, legitimar la Cumbre sería igual a reconstruir una segunda guerra fría del sistema capitalista de Washington contra sistemas comunistas, populistas y nacionalistas.
Más que Cumbre por la Democracia, Biden ha iniciado una Cumbre por el Capitalismo Depredador y Exaccionista de EU.
Zona Zero
· La estrategia mexicana de seguridad basada en “abrazos y no balazos” podría haber llegado a su fin con la autorización mexicana a agentes de la DEA para realizar en México operaciones contra cárteles del crimen organizado. Esos permisos estuvieron precedidos por acciones estadunidenses contra cárteles mexicanos en México, mientras las células de estos grupos delictivos en EU operan con tranquilidad en el tráfico y venta de drogas en las calles de EU. La lista de la DEA en México va por jefes de cárteles cuya captura y extradición generará más violencia en México.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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@carlosramirezh