Libros de ayer y hoy
En la ruta democrática de los países, la existencia de una sana oposición es imprescindible para equilibrar las balanzas del ejercicio del poder. Y la oposición no sólo debe dar constancia de una existencia nominal, institucional e inconmovible, sino de una objeción activa, participativa e implicada en las realidades de la población.
Es inverosímil cómo pretenden ciertos liderazgos de oposición hacer críticas a la administración regente con perfectos trajes, pulquérrimas camisas y desde las burbujas de la comodidad política. El sustento de la indignación de la oposición política muchas veces se reduce a evidenciar los defectos de los mecanismos de gobierno de la administración lopezobradorista o, en su mejor expresión, cuando se acusa al gobierno federal de violar las leyes del país.
¿Pero eso es suficiente para lograr adhesión popular a la causa opositora? En realidad, la vasta mayoría de la población mexicana no desea enfrascarse en debates sobre “los mecanismos” o “los métodos” que un gobierno asume para implementar sus políticas públicas; esos debates los tienen muy apropiados los opinantes y los formadores de opinión pública. Pero hay algo que López Obrador comprendió hace muchos años: la oposición, la verdadera oposición al régimen, se hace vocera de los dramas humanos, da voz a quienes son acallados sistemáticamente por los mecanismos del poder.
En esto hay una demoledora certidumbre: siempre existirán las víctimas y los inconformes de las políticas públicas de todo gobierno. Pero no siempre habrá quien los escuche y les impulse decididamente a buscar los medios para transformar sus realidades.
Esa es la razón por la que las actuales manifestaciones contra el régimen provocan más terneza que adhesión al descontento, ninguno de los inconformes parece estar dando voz a verdaderos dramas humanos en el país o en sus comunidades. La oposición a López Obrador sólo exclama el incordio que se tiene a su persona: su personalidad, su aspecto, sus capacidades intelectuales o sus acciones cotidianas; a futurismos alarmistas o a pobres lecturas de análisis político.
Pero no hacen eco ni se solidarizan a ras de suelo con quienes realmente padecen los efectos de las políticas públicas. ¿Cómo hacer para escuchar y caminar con los padres de familia que debieron tragarse una política pública del tamaño de una piedra de molino con la cancelación del programa de estancias infantiles? ¿Cómo conmoverse e indignarse con aquellos derechohabientes que continúan en esa larga y sufrida espera por el derecho a la salud que no han tenido en décadas? ¿Cómo acompañar a las miles de víctimas de la violencia y hacer de su dolor el coraje para construir paz y exigir seguridad? ¿Cómo humanizar a todas las partes involucradas en el fenómeno migratorio, cómo ayudar a expresar sus miedos, sus riesgos y sus anhelos?
Para fortuna de quienes realmente quieren construir una oposición al régimen y al partido que domina las posiciones de gobierno, no hay nada qué inventar; pero sí deben abandonar la posición de comodidad y permitirse inspirar por quién consideran como su principal antagonista. Porque, si no se aprovecha cierta posición de privilegio para sumergirse en los clamores más auténticos y legítimos de la gente que sufre, la oposición continuará en peroratas mecánicas, indolentes y etéreas contra la administración de la Cuarta Transformación.
Nadie puede negar que Andrés Manuel López Obrador personifica por completo lo que significó oposición política en los últimos 20 años. No se le puede reclamar su compromiso político de andar por los rincones del país para recoger la voz y los clamores de un pueblo; permitiéndose perturbar sus certezas con la incontrovertible realidad del sufrimiento y la agonía de los miserables; constatando la tierra y los pueblos devastados por la corrupción, la impunidad y la simulación política; abrazando a los últimos y a excluidos de un modelo de gobierno que desde el empíreo del poder los ninguneó.
Parece sencillo, pero es todo un reto para los diferentes movimientos y agrupaciones políticas; porque si antes –con recursos y con organizaciones moderadamente sanas- no quisieron comprender ni escuchar lo que reclamaban las entrañas de un pueblo burlado y postrado, ahora que padecen la peor de las crisis estructurales no hay espacio sino para prioridades de conservación.
Ojalá la oposición que siempre necesitará una democracia se inspire en el mismo López Obrador, en su ruta y actitudes que hicieron creíble su posición política y provocaron la adhesión de millones de mexicanos a discursos como el siguiente: “Lamento que el voto útil se haya convertido en voto inútil, que se haya perdido tristemente el tiempo con el llamado gobierno del cambio y no se haya logrado nada, absolutamente nada habiendo tantas demandas nacionales insatisfechas. Pero no hay mal que por bien no venga; hacía falta conocer a fondo a los santurrones, a los intolerantes, a los que hipócritamente hablaban de buenas conciencias y del bien común. Hacía falta que esas personas se exhibieran sin tapujos, con toda su torpeza, frivolidad, desparpajo, codicia y mala fe para saber con claridad a qué atenernos”.
@monroyfelipe