Sheinbaum reivindicada
El disenso para quien invoca la causa de la patria es tanto como traición. Los proyectos autocráticos se caracterizan por negar la coexistencia de la diferencia, no sólo del oponente, también del que no comparte la visión o misión del asumido representante único y total. Esa es la herencia doctrinaria del obradorismo, que resolvió instalarse en un entorno de guerra, definición en la que se debaten presente y futuro del régimen y del país.
La intolerancia va de la mano con la determinación de acabar con todas las contenciones al poder, sea la libertad de expresión, la institucional a cargo de otros poderes y órganos autónomos o la que garantiza la legalidad y la constitucionalidad de los actos de autoridad o de las leyes que expide el Congreso. A lo largo de seis años fueron muchas las condenas, insultos y descalificaciones a jueces, periodistas, intelectuales, líderes de opinión, empresas, gobiernos de otros países, pero nunca se escuchó un solo reclamo a los delincuentes o criminales que han ensangrentado al país que no fueran aquellos asociados al gobierno de Felipe Calderón, con evidente motivación política, nada que ver con la legalidad. El país dio el curso a la autocracia.
Ocurrió de manera gradual, pero consistente. En el contexto de un debate público inexistente por la ausencia de la oposición o marginalidad del escrutinio al poder que corresponde a los medios, no debe sorprender el consenso. Por eso los altos números de aceptación del gobierno no son evidencia de buenos resultados, sino de la ausencia de la rendición de cuentas. Como en los pasados seis años, la propaganda circula sin contención. Ni las muertes por la violencia o la criminal gestión de la pandemia, la persistencia de la corrupción o el deterioro del sistema de salud o el educativo significaron sanción social al mal gobierno. El país tiene el gobierno que permite, que concede.
Advertir lo que ahora sucede en EU con el arribo del presidente Trump y su grupo dan muestra de las diferencias en el régimen democrático. Allá también hay alineamiento de los medios, grupos de interés, poderosos empresarios, pero de alguna manera persiste el disenso, especialmente los límites institucionales al poder. Un juez puso freno a una de las más controvertidas órdenes ejecutivas del presidente, la deportación de las personas nacidas en EU, protegidas por la Constitución. Trump debe estar inconforme con tal decisión e igual que López Obrador proceder al insulto; pero hay una gran diferencia, el presidente más poderoso del mundo y quien ganó arrolladoramente la elección, cumple con el mandamiento del juez.
En EU hay democracia con un presidente genuinamente autoritario; en México hay autocracia; los jueces no son obedecidos, además, se procedió al desmantelamiento del Poder Judicial Federal y a la defenestración de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. A pesar de las dificultades y los retrocesos de la libertad de expresión con el triunfo de Trump y el sometimiento de las mayores empresas en el medio digital, el debate público y el escrutinio crítico al poder persiste, no se da en los márgenes y con la ambigüedad como en México. Los primeros días del movimiento hecho gobierno muestran que la democracia va a sufrir, pero va a prevalecer y a la larga se va a imponer. Mucho de lo que ahora se aplaude o festeja pasará al registro negro de la historia de un país referente de las libertades, la democracia, la diversidad y del sentido de dignidad y decencia.
En EU se perdió una muy importante batalla, una más después de la de 2016, pero no la guerra. Caso contrario en México; el obradorismo pudo cambiar al régimen político. Sin embargo, el campo de batalla cambia y en su evolución la contienda es impredecible para todos. Ciertamente, en México ser opositor con facilidad desde la más elevada oficina puede calificarse como traidor, como la reedición de Miramón, más en el contexto que ofrece la complicada relación con el gobierno de EU. No sólo eso, cualquier expresión crítica propia del oficio como es el periodístico suele incluirse en el mismo canasto, con el calificativo socializado desde el poder “nuestros adversarios”.
Todo parece que el régimen obradorista ha resuelto enfrentar la amenaza que plantea el nuevo escenario internacional bajo sus propios términos, con mentalidad de guerra y sin sentido de inclusión. Es deseable que lo adverso que plantea el nuevo gobierno norteamericano no sea de consideración y que le exclusión interna no lleve a reestablecer el paredón.