Cambio de coordenadas
La reacción oficial a la convocatoria que colectivos feministas han publicado bajo la consigna de que «¡el nueve nadie se mueve!», como protesta por los feminicidios que a diario ocurren en el país, desencaja de toda perspectiva de izquierda y está fuera de la sensibilidad básica que se puede esperar de un gobierno que se precia de arraigo popular.
De un gobierno que se dice atento a los reclamos sociales podía esperarse la apertura inmediata al diálogo nacional y el ofrecimiento urgente de la voluntad institucional para escuchar y atender las exigencias; se podía esperar la promoción de los foros necesarios para analizar el origen de las protestas y las propuestas; se podía esperar la toma urgente de decisiones para contener la ola de feminicidios; se podía esperar el discurso autocrítico del presidente reconociendo la magnitud del problema; los efectos de la cancelación y reducción presupuestaria de 20 programas de apoyo para las mujeres durante su mandato; la nocividad de la profunda cultura machista y su expresión en prácticas de poder en todos los ámbitos sociales; la razón de por qué México es uno de los países donde peor se trata a las mujeres (lugar 103 de 167); la crítica a las políticas previas y a las actuales que no han logrado ni siquiera contener la ola criminal de género. Pero, que la respuesta sea concluir que la convocatoria es para dañarlo a él, es francamente delirante y preocupante.
Más sentido común tuvo la señora Gutiérrez Müller, quien de inmediato manifestó su adhesión a la causa. Opinión de la que tuvo que retractarse horas posteriores para asumir la estrategia oficial contra la convocatoria, atacándola y descalificándola con la afirmación falaz y paranoica de ser promovida por «los conservadores», los enemigos del gobierno y de la Cuarta Transformación. Decisión errática que la ha llevado a una encrucijada que ha comprometido su independencia y libertad. Podría decirse que claudicó para cumplir la consigna del poder presidencial. Lamentable.
Este penoso capítulo revive, en su esencia autoritaria, las estrategias mediáticas del tan cuestionado partido casi único que dominó la vida política en el siglo pasado y cuya cultura ha sido fuertemente cuestionada por el régimen actual. Así se trataba en aquellos tiempos las protestas obreras, campesinas o estudiantiles. Se les acusaba, entonces, de ser «comparsas del comunismo internacional», «enemigos de la revolución», «heraldos de la derecha», «emisarios del pasado», «quintacolumnistas», «enemigos de México», descalificaban ad hominem y ridiculizaban a los opositores, mientras paralelamente se convocaba a la «unidad nacional» de las verdaderas «fuerzas progresistas y nacionalistas» y se publicaban en la prensa los encendidos discursos del oficialismo respaldando al presidente y reiterándole que «México estaba en paz y trabajando», que nadie caería en los intentos desestabilizadores de «minorías irresponsables». Ese era el guión que se operaba entonces, por desgracia todo indica que ha sido desempolvado en la era del Cuarta Transformación. Ahora el oficialismo ─paradojas del nuevo cambio─, con este guión, ha echado a andar una furibunda campaña de distorsión, amedrentamiento y confusión para desalentar la convocatoria feminista.
Si para el tratamiento a las protestas de los colectivos feministas (y otras) se ha desempolvado el viejo guión autoritario, debería también desempolvarse la historia de las consecuencias políticas y sociales que ello ocasionó. ¿De dónde ha sacado el presidente que la convocatoria es contra él? ¿Al menos que él se esté creyendo la encarnación de todo México? porque efectivamente, la protesta es contra algo: los feminicidios, la cultura machista, los roles de poder que estructura una cultura centrada en el dominio masculino que subordinan, violentan y excluyen a la mujer. Que desde todas las ideologías políticas se vayan a expresar solidaridades y convocantes con este movimiento, por supuesto, eso siempre ocurre, no se puede evitar y el presidente con la experiencia adquirida lo sabe. En su momento él tuvo adherentes incómodos ─que los sigue teniendo─, compañeros de viaje, pero él sabía que era el resultado de la inconformidad de la coyuntura.
Si en verdad quiere evitar la coyuntura sumatoria de desafectos por otras causas a su gobierno, él tiene la solución en las manos: debe abrir el diálogo nacional con todos los colectivos y construir con ellos la agenda sobre la cual se debe conocer, analizar y convenir la ruta para instituir políticas públicas. Debe hacer lo que hasta ahora ha ignorado, otorgarle un verdadero papel protagónico al Instituto Nacional de las Mujeres y sacar del anonimato a la Dra. Nadine Gasman Zylbermann, quien durante la crisis ha sido relegada de manera casi absoluta, confirmando que la cuestión de la mujer no reviste importancia alguna en su agenda. Los demonios del machismo político han hecho autopista en el presente gobierno.
Si las convicciones presidenciales están orbitando en torno a ideas reduccionistas, deterministas, voluntaristas o maniqueas, que le hacen creer que el país es él, la verdad es él, la moral es él, la historia es él, el gabinete es él, el partido es él, terminará desmoronándose bajo el peso aplastante de la realidad, una realidad cuestionadora que se expresa más allá de esa frontera estrecha que lo está colocando del lado del autoritarismo.