El agua, un derecho del pueblo
Todavía centellean algunas pequeñas luces en este túnel del binomio suicida: progreso-consumo. Aunque la inmediatez, determinada por la ganancia instantánea de las empresas, aparece como tendencia dominante en el ciego mundo del dinero, existen algunas mentes, tal vez muy pocas, que alcanzan a prever los efectos a mediano plazo de la devastación ambiental que camina a paso veloz por todo el planeta.
Los capitales que dependen de la apropiación de materias primas, en la voracidad por adquirirlas, se están triturando los pies y las manos en su propia maquinaria de voracidad ya que sus sistemas productivos son diametralmente opuestos a la más elemental idea de sostenibilidad. Es decir, desde hace mucho vienen matando la gallina de los huevos de oro, arrasando con bosques y selvas, contaminando y destruyendo sistemas acuíferos, inutilizando tierras, exterminando especies, como si los dones de la naturaleza fueran infinitos. Es una acción despiadada que precariza en extremo a los grupos sociales más vulnerables y a las naciones más pobres.
Algunos de los gobiernos más poderosos del mundo han sido cooptados por los intereses de ese sistema económico que no quiere asumir ningún costo para modificar sus políticas predadoras frente al medio ambiente. La negativa de estos gobiernos el pasado año en la COP 25 en Madrid, España, para asumir compromisos inmediatos para modificar la ruta autodestructiva son un ejemplo penoso que debería motivar la protesta global. Los países más contaminantes unieron sus votos para evitar los compromisos urgentes para mantener la temperatura global por debajo de 1.5 ºC, conforme a los Acuerdos de Paris.
Por eso, son una esperanzadora chispa las advertencias que han venido haciendo especialistas en economía y medio ambiente en el foro mundial de Davos Suiza sobre el riesgo que representa para la economía mundial el cambio climático. La advertencia que se ha lanzado es categórica: si no se hace algo ahora la economía mundial se verá severamente afectada por los fenómenos derivados del cambio climático, entre ellos el crecimiento de las migraciones humanas por esta causa. Han dicho que el mayor riesgo económico para la próxima década es precisamente el cambio climático.
La inacción de los gobiernos poderosos, sin embargo, no es buena noticia. La posición estadounidense en la voz de su presidente calificando a los científicos ambientalistas como «profetas de la fatalidad» dimensiona muy bien la polarización política mundial en materia de sostenibilidad. Mientras gobiernos como los de Estados Unidos, China, India, Japón, Brasil y Arabia Saudí, eluden los Acuerdos de París para seguir utilizando combustibles fósiles y prácticas productivas altamente contaminantes, otros invierten sustanciales recursos en la exploración de energías alternativas y sistemas productivos de bajo impacto ambiental en la industria, los servicios y la agricultura.
La advertencia formulada por economistas en Davos no debiera ser desoída en sus argumentos centrales. El daño que se le ha hecho al planeta es grave y es irreversible. El costo para reconstituir la naturaleza perdida, ya calculado por los gabinetes de los gobiernos arroja cifras espectaculares, en lenguaje llano nos indican que nos está saliendo más caro el caldo que las albóndigas. O sea, la riqueza producida a costa del medio ambiente es una pequeñez frente al costo económico por su destrucción. ¿Qué sentido tiene la producción de riqueza si estamos precipitando el colapso de la humanidad?
La advertencia debería ser atendida también, responsablemente, por el gobierno mexicano, que ha seguido la ruta del estadounidense, priorizando la inversión en energías fósiles y en sistemas productivos altamente contaminantes o depredadores del medio ambiente. El presidente debería atender las recomendaciones del Dr. Víctor Toledo, su Secretario de Medio Ambiente, sobre el potencial que tiene nuestro país para producir energía solar y eólica o para invertir en Litio.
México podría alcanzar la condición de líder con acciones medioambientales frente al continente, casi lo tiene todo. Tiene una población altamente sensible al problema, incluso un empresariado dispuesto a invertir en estos rubros y académicos con los conocimientos suficientes para respaldar tales políticas, sólo faltan sus gobernantes. El gobierno mexicano debería poner mucha atención en las advertencias de Davos y apostarle al futuro económico. Aún es tiempo para tomar la ruta adecuada.