Libros de ayer y hoy
Para todo mundo en México está muy claro que actualmente la condición que vive Morena es bastante atípica en tanto que partido político. No es ni con mucho una organización que se parezca a la de un partido político, tal como se concibe a esas formaciones de acuerdo a las definiciones clásicas de ellos como las de Alexis de Tocqueville o Norberto Bobbio. Morena es un movimiento social, tal vez el más importante desde los tiempos posrevolucionarios en nuestro país, que tiene un líder indiscutido, eficiente y carismático en Andrés Manuel López Obrador. Sí Morena estuviera articulado como un partido político con capacidad de control no estaría sufriendo el descalabro que padece, y que le sigue creciendo, en Baja California, con la subrepticia aprobación de la inconstitucional ampliación del periodo de gobierno para el que fue electo Javier Bonilla, de dos a cinco años, en una sesión “velada” que ha sido condenada por tirios y troyanos. Ante la ausencia y poca credibilidad de la actual dirigencia nacional de Morena, el presidente López Obrador tuvo que deslindarse de esa acción anticonstitucional bajacaliforniana en su conferencia mañanera, diciendo que es un asunto que compete a los diputados del Congreso de aquella entidad, y que serán ellos quienes tengan que resolver lo conducente. ¿Dónde ha estado la presidenta de Morena Yeidckol Polenvsky, durante todo este tiempo en que Morena se desbarata en Baja California? ¿En dónde está cuando la falta de conducción política en el conflicto de la ampliación de mandato de Javier Bonilla, afecta sensiblemente el carácter democrático de AMLO? Morena tiene en Yeidckol a una presidenta testimonial. La “dirigente” solamente se ha manifestado como tal en la decisión de ratificar como candidato a gobernador de Puebla, al ahora mandatario Miguel Barbosa Huerta. Yeidckol no trasciende en el Consejo Nacional de Morena y no representa ni apoyo y menos guía para los liderazgos de las cámaras de diputados y senadores, ni para los gobernadores en funciones que pertenecen al partido de López Obrador. Ya está anunciado que en octubre, Morena celebrará sus sesiones nacionales para realizar el urgente cambio de dirigencia que la ineptitud de Polenvsky está demandando. Los nombres que se han posicionado en la opinión pública como posibles sucesores de Yeidckol son los de: Bertha Luján, Alejandro Rojas Díaz Durán y Mario Delgado. La cátedra morenista ha coincidido en que la gran favorita de la contienda es Bertha Luján. Lo es por su experiencia, por su constancia en la lucha por la causa morenista pero, sobre todo, por su lealtad al líder del movimiento López Obrador. Luján Uranga ha acompañado a López Obrador durante al menos dos décadas, fue la secretaria de la Contraloría del Distrito Federal cuando el hoy primer mandatario se desempeñó como jefe de gobierno e integró el «gabinete legítimo» como secretaria del Trabajo. Bertha Luján sí puede lograr que, a la vista de los comicios que se realizarán en el año 2021, Morena se articule nacionalmente como un verdadero partido político. Y convertir a Morena en partido es una tarea urgente toda vez que el nombre del líder López Obrador, como se pretendía con habilidosa mercadotecnia política, no aparecerá en las boletas electorales, toda vez que el protocolo electoral propuesto por el presidente de aplicar un referéndum nacional sobre la revocación de su mandato no coincidirá con la fecha de los comicios federales y locales del año 2021. Ese es el gran reto de Bertha Luján en caso de que resulté electa como la nueva dirigente nacional de Morena. Su trayectoria dentro del movimiento es reconocida generalmente como una militante sensible y positiva. Se desempeñó como la primera secretaria general de Morena cuando López Obrador fue su presidente en 2014; pero luego fue nombrada presidenta del Consejo Nacional de ese partido, cargo que ocupa a la fecha. De carácter fuerte, Luján Uranga ha sido siempre una persona alejada de escándalos políticos o personales y su característica es la lealtad a López Obrador. Ni hablar, para Morena ante los despropósitos de Yeidckol, la renovación de su dirigencia es una asignatura impostergable.