Libros de ayer y hoy
Primero y tercero: razones para un controversial informe
Felipe de J. Monroy
No. No es un error. Sin duda puede estar en los límites del orden protocolar. Pero llamar «Tercer Informe» al mensaje correspondiente al Primer Informe Oficial de la Administración del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador es quizá el principal fundamento de su ideario. Los últimos llevan mano. Al menos en el discurso.
Lo mandatado por la constitución política de México indica que el informe oficial debe ser entregado por escrito por el titular del ejecutivo al legislativo nacional. Y ese texto, presentado por la administración de López Obrador llevó formalmente el nombre «Primer Informe de Gobierno»; sin embargo, el discurso presidencial paralelo a la entrega del informe (nacido por cierto como respuesta a las críticas y prohibición del estilo propagandístico que solían hacer los mandatarios en el Palacio de San Lázaro) mantiene una informalidad de capacidad plástica.
Estos eventos en los últimos tres sexenios han ocupado diferentes recintos e incluso diferentes fechas. No es un acto obligatorio, es una oportunidad para que la Presidencia se posicione mediáticamente ante la entrega -esa sí obligatoria- de su informe. Y también una oportunidad para verificar la veracidad de los logros y contrastar los discursos triunfalistas con la realidad.
López Obrador decidió nombrar a este acto «Tercer Informe» y pudo llamarlo como mejor le pareciera. La justificación es pobre, pero válida: a los 100 días de gobierno rindió un primer informe; y en el aniversario de su triunfo electoral, emitió el segundo. Sin embargo, puede haber un sentido quizá más radical en la elección de esa provocación.
En el pasado, los personajes invitados a representar a la sociedad mexicana en estos mensajes presidenciales simbolizaban los principales liderazgos políticos, económicos y culturales. Siempre es un privilegio pertenecer a ese pequeño puñado de hombres y mujeres que atestiguan en primera fila el informe presidencial. Por una parte, la presencia de estos actores valida la convocatoria presidencial; y, por la otra, el presidente otorga a un par de centenas de personas la representación simbólica de un pueblo de más de 120 millones de habitantes.
Llamar «Primer Informe» al mensaje de este 1 de septiembre en Palacio Nacional implicaría negar los dos mensajes anteriores, principalmente al segundo: El acto presidencial del aniversario del triunfo electoral, cuando López Obrador rindió el parte de sus actividades ante un populoso Zócalo de la Ciudad de México.
Es cierto que su loable ideario político («Por el bien de todos, primero los pobres») se ha convertido en una pesadilla en su traducción administrativa: los gastos son inescrutables; el crecimiento económico, ínfimo; los vacíos de autoridad o recursos, constantes; y la medición, una quimera. Pero López Obrador aprovecha cada oportunidad para comunicar la importancia de su paradigma: las personas tradicionalmente ubicadas en el último sustrato social llevan mano, van primero; otra vez, al menos en el discurso.
Prácticamente toda la información presentada en sus mensajes ya había sido revelada a los medios de comunicación a lo largo de sus conferencias matutinas. Un acto en el que incluso los medios informativos más diminutos (y hasta cuestionables) tienen acceso; el ejercicio de informar al pueblo en la Cuarta Transformación no se limita a intermediarios que cumplan ciertas características de influencia o poder.
Sucede igual con este mensaje presidencial que no refleja sino la oportunidad de exponer los mejores recursos de parafernalia institucional. En esta ocasión, ninguno de los presentes en el selecto grupo escuchó o recibió nada que no se hubiese expresado antes, incluso que el propio presidente no hubiera dicho ante los populares mítines o en sus largas conferencias matutinas.
El discurso presidencial insiste en la abolición simbólica de los privilegios, de eso se trata «moralizar la vida pública», «la aplicación del principio supremo» o «rechazar el falso brillo de lo material». López Obrador transfigura la eficiencia administrativa de «crear condiciones» en «garantizar el bienestar del alma» y para ello, debe trastocar el orden tradicional establecido, la danza de las cifras, las inasibles generalizaciones.
El presidente cambia el paradigma narrativo incluso para responder a sus opositores: su mensaje no fue para presentar un informe sino para evidenciar y contraponerse a los que ha llamado ‘reaccionarios’. Por ello aseguró que sus detractores están «moralmente derrotados» porque sus críticas están dirigidas a criterios que el propio Andrés Manuel ha despreciado.
Por supuesto, se puede no coincidir con su planteamiento ideológico e incluso es imprescindible que nos demos a la tarea permanente de dudar y verificar la veracidad de todo lo expresado por el presidente de la República. Y podríamos comenzar con su afirmación sobre que las mediciones de desarrollo no son un fin en sí mismo sino un medio para conseguir el bienestar material y del alma de los mexicanos. Veamos qué opinan los últimos en los próximos meses.
@monroyfelipe