Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Felipe de J. Monroy*
Ya no es momento para la falsa modestia ni para dominar las afectaciones; las mujeres y hombres que trabajan por su candidatura hacia el 2024 hablan ya en presente profético, aprovechan cada oportunidad para convencer a la ciudadanía que el futuro, sin ellos, es imposible.
Cada quién aprovecha sus fuerzas y sus recursos: unos apelan a sus habilidades diplomáticas; otros, a su sagacidad política; otros más a su lealtad y, finalmente, desde fuera del proscenio hegemónico, el resto se instala en la verborragia maledicente, pendenciera e inconexa.
Así, mientras lentamente van construyendo su personaje político para que el electorado los conozca y comience a preguntarse si podría confíar en ellos; un pensamiento sombrío no deja de atormentar al líder -paladín del triunfo de los oprimidos- que inició el movimiento transformador: “Políticamente desaparezco”, dijo sin artificiosidad ni dolencia sobre el fin de su mandato.
No deja de ser una peculiar elección de palabras después de haber afirmado: “Estoy seguro de que voy a entregar la estafeta a quienes van a continuar”. Una potestad que, desde la soberanía democrática, recae en el pueblo; y un anhelo que podría desvanecerse entre los sueños del presidente.
Todo parece indicar que el conflicto interno dentro del partido hegemónico no hará sino crecer; y ni siquiera las zancadillas serán lo más preocupante. Lo importante será comenzar a pensar en que mientras más profunda sea la herida provocada por el conflicto, más costosa será la operación sanadora y más inestable será la cicatrización de las rupturas.
Pensemos que el movimiento goza de cabal salud; pero el sexenio ya no tanto. Quizá ha llegado el momento de repartir feudos y agonías; para que cada heredero camine tan lejos como su predecesor.
Tal vez aún falta mucho para la clásica ‘operación cicatriz’ a la que nos acostumbraron décadas de priismo estructurado; pero vendrá, y será importante refrescar un par de lecciones que dejó al país su ‘tercera transformación’: Que un ideal tiene muchos rostros y que no importa cuánto se elogie al superior, siempre arderán los deseos de hacerlo entrar en la historia de los ilustres de forma precipitada.
Sobre esto último, quizá valga la pena recordar aquellas palabras del genial escritor León Tolstoi, publicadas en 1900 en el London Chronicle y dirigidas al mítico héroe republicano y absoluto líder mexicano, Porfirio Díaz:
“El guerrero desmonta y mira el paisaje desolador que se extiende ante él (Tolstoi describe antes la larga guerra mexicana). Luego arroja la armadura, toma el arado, abre el surco y planta la semilla. La tierra se cubre de verdor, gorjean los pájaros, la semilla germina… Los fugitivos se rehacen; al ver la sementeras cuajadas de espigas arrojan las armas y, mirando a todas partes a fin de hallar al autor del prodigio, distinguen inmóvl en la distancia la figura de Porfirio Díaz. Como hijos de la naturaleza se prosternan ante él, confundiendo al instrumento con la causa”.
El alucinante panegírico del escritor ruso continúa en exageraciones (“Díaz les predica el evangelio de la paz… de las ruinas de una república anárquica, edifica una nación floreciente”); nosotros, sin embargo, sabemos cómo terminó todo aquello: en un gobierno autócrata, indolente y corrupto que se resistía a mirar más allá de sí mismo, y en una ventana democrática cerrada por un largo sangriento conflicto interno sin ley ni honor. Claro, la Revolución al final de la absurda tormenta de balazos y traiciones elevó al pueblo a una nueva condición social, condensó en una constitución -que no pocos calificarían de socialista sin ruborizarse- los derechos que querían alcanzar a todos los mexicanos y no sólo a las élites. Finalmente lanzó hacia el futuro una nación que se reconstruía en identidad y en nuevas instituciones.
Con todo, Tolstoi no era ingenuo. Entre líneas se lee que conocía bien las críticas contra la ‘mano dura’ del oaxaqueño y llega a justificar la dureza del mandatario, incluso al ejercer control de la libertad de los mexicanos: “La libertad es como la aurora… un pueblo que sale repentinamente de las tinieblas a la luz retrocede deslumbrado”.
El verdadero talento político, prosigue el ruso, es moderar esas pulsaciones del nuevo pueblo, de aquellos que emergen con esperanza del caos y de las sombras: libertad, sí; pero también control, orden. De lo contrario cualquier “otro reformador de menos talento hubiera hecho de su pueblo un montón de demagogos sin Dios y sin ley, o bien una agrupación de tiranuelos y esclavos”.
Ahora sí: ¿Quiénes dicen que ya están listos para el 2024?
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe