Líneas Quadratín
Natally Soria Moya, Directora Asociada del Departamento de Relaciones Internacionales, Tec de Monterrey-Campus Querétaro.
Cuando la COVID-19 sorprendió al mundo, la única certeza desde el día cero, fue que la desigualdad mundial era insostenible. Conclusión a la que pudimos haber llegado sin la necesidad de que un virus letal se propagará por todo el planeta.
Antes de la pandemia, la comunidad internacional sabía la difícil situación de millones de ciudadanos que ni siquiera tienen acceso a servicios básicos. Datos mundiales alarmantes de pobreza, desempleo y desnutrición se presentan en cada foro internacional. Y, cada año, enarbolamos la bandera de la cooperación y nos comprometemos a no dejar a nadie atrás.
Sin embargo, las brechas son evidentes. Mientras las economías más sólidas fortalecían sus sistemas de salud y analizaban cómo reactivarse, el resto ni siquiera podía asumir el peso del confinamiento; algunos, ni siquiera podían enterrar a sus muertos.
El mundo no se solidarizó y tampoco comprendió que no podíamos seguir perpetuando la desigualdad. Más aún, sabiendo que el virus no ha discriminado fronteras, ni raza, ni estatus económico. Cada país pensó en su bienestar.
El resultado de ese egoísmo es Ómicron. Diez países acapararon el 75% de la producción mundial de vacunas obligando al resto a esperar “la buena voluntad” de algún Estado amigo que les cediera, aunque sea, una pequeña cantidad a cuentagotas. Solo les quedaba confiar en que la cooperación no fuera solo un discurso.
El peor escenario es África, el continente con la menor tasa de vacunación, solo el 7% de su población ha recibido ambas dosis. Dato que contrasta con el 58% de Europa. Por eso, no es casual que la variante se haya detectado en Sudáfrica.
Hoy sabemos poco de Ómicron, pero algo sigue siendo seguro, mientras gran parte de la población mundial no tenga acceso a vacunas y la comunidad internacional continúe con su egoísmo, abandonando a los más vulnerables, nuevas variantes aparecerán y el fin de la pandemia no llegará. Ahora, más que nunca, la cooperación no puede ser solo un discurso, tiene que ser un compromiso.