Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
El presidente López Obrador es singular en todo, incluso en la manera de leer e interpretar la historia. Muchos, a partir de su ignorancia lo dan por un buen y asiduo lector. No lo parece, más bien revela pasajes muy a modo de sus necesidades políticas. Una de sus recurrentes referencias es Benito Juárez y su afirmación de que los conservadores son una imposibilidad histórica por estar moralmente derrotados. Queda a los historiadores el sentido, circunstancia y lección que deja la mención presidencial. De cualquier manera, pareciera haber algo de razón, pero no avala lo que él pretende, sino al contrario.
La derrota moral del conservador es discutible como historia; como noción genérica de defensor de los valores no liberales -definición como negación-, aquí y en el mundo democrático ha ganado y perdido. No hay fatalidad según la evidencia. Sin embargo, sí puede haber rechazo a los conservadores, pero en el plano de lo deseable y partiendo del paradigma liberal.
Las definiciones no son tan fáciles. Hay conservadores liberales y liberales muy conservadores. López Obrador es de éstos. Hay liberales en política, pero muy conservadores en la agenda social en materia económica. La definición de liberal, progresista, conservador y otras semejantes son imprecisas y solo adquieren claridad en asuntos específicos. López Obrador, como buen populista es antiliberal en su visión del poder, del gobierno, de la ley, de la representación política y hasta de la República. Sobre el conflicto de los populistas con el constitucionalismo y la democracia representativa existe una extensa literatura.
Es necesario partir de una idea más genérica pero más incluyente sobre qué es la de democracia. Esto porque alude a permitir la coexistencia de la diversidad; invoca y evoca a las libertades, el respeto al sufragio y al gobierno representativo, así como al poder público acotado por la Constitución y la vigencia del sistema republicano de pesos y contrapesos. Opuesto a democracia puede ser autoritarismo, autocracia, absolutismo, etc. Todos estos son variantes de un concepto genérico, la tiranía, que es el que mejor conviene y aplica; la oposición en el sentido de negar al otro en lo fundamental es equivalente al de democracia versus tiranía. Son contradictorios y excluyentes, donde una existe la otra no.
En este orden de ideas, desde el punto de vista democrático la tiranía es repudiable. Aunque su derrota moral es deseable, no debe quedarse en la consigna o en la opinión editorial, sino expresarse en las urnas. ¿Qué tan demócrata es López Obrador? Su vida es enseñanza, admirable su persistencia, como también lo fue la de los grandes hombres, pero también los más sanguinarios dictadores de la humanidad. Ahora en el poder, logrado con voto mayoritario ¿su ejercicio es el de un demócrata?
No, al menos en cuatro aspectos fundamentales. Su visión de la ley; la exclusión del otro; su repudio a la libertad de expresión y su idea personalizada del poder público sin límites éticos, jurídicos o institucionales. En días pasados, con su visión de qué debe hacer el presidente de la Corte respecto a la tarea de los jueces y su reacción a la solicitud de respuesta a la nota a publicar por el NYT sobre la relación del narcotráfico con su gobierno, lo revelan de cuerpo entero para decir que su conducta es propia de un tirano, no de un demócrata. Pero no sólo se equivocó, entendible por su enojo como primera reacción, y aunque tuvo tiempo para valorar y recapacitar, en lo sucesivo pasó de persona indignada por discutibles imputaciones a la de un gobernante que antepone su autoridad por encima de la ley.
La reportera del NYT quedó expuesta por la divulgación de su número telefónico. De menos es que esa perniciosa lección fuera emulada por opositores y seguidores; no se trata sólo del derecho a la privacidad, sino de las responsabilidades de López Obrador. Es la misma conducta presidencial respecto a otros periodistas independientes: Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret, León Krauze, Azucena Uresti, Jorge Ramos, Joaquín López Dóriga, Héctor Aguilar Camín y muchos otros más. Al tirano no le importan las consecuencias de sus admoniciones y condenas. Debe decirse una y otra vez, México es el país más peligroso para el ejercicio del periodismo.
Efectivamente, desde el criterio elemental del demócrata y de quien valora la dignidad humana es necesario, ahora y siempre, declarar la derrota moral del tirano, aunque sea en el terreno de lo deseable.