Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Vimos el pasado 18 de marzo una concentración masiva en el zócalo, oficialmente 500 mil personas, todas ellas, según los jilgueros del gobierno, derrocharon una alegría auténtica, y cómo no, si quien tuvo el discurso principal es quien les da su pensión, beca o cualquier otro apoyo, al menos eso creen, y como bien dice la frase propagandística de Morena: «Amor con amor se paga».
Cómo fallarle a este gran hombre, quien apoyado en su partido y en organizaciones gubernamentales y afines, les garantizó facilidades como recogerlos y regresarlos a su lugar de origen, los transportó gratuitamente en camiones al centro de la capital, les ofrecieron la mañana libre para pasear, alimentos y bebidas –tortas, refrescos, etc– gorras, playeras, pancartas.
Para los empleados de oficinas y entidades públicas se trataba de no perder el día laboral ni prestaciones sindicales, para eso tuvieron que ir a pasar lista; y a los comerciantes, también sus líderes los convencieron con un «no me fallen, luego andan pidiendo espacios en mercados o vía pública».
Copiosa asistencia, sin duda, aunque sin duda alguna, hubo muchos que fueron convencidos de que este es un gobierno diferente, mejor que los del pasado, del PRI o del PAN, quienes eran una caterva de rateros que, por décadas, se llevaban todo a sus bolsillos, ahora no, los asistentes en su mayoría fueron a agradecer y vitorear a quien les garantiza un ingreso para la subsistencia.
La fiesta para festejar el 85 aniversario de la expropiación petrolera además fue bonita, pese al viento, la lluvia y una gran zona VIP para dos mil 500 empleados de alto nivel e invitados especiales de la 4T, hubo bandas de guerra para rendir honores al presidente, a la bandera nacional que ondeaba a toda asta en medio de la Plaza de la Constitución. Ninguna otra manifestación de los últimos meses pudo hacer uso de los elementos patrios.
No es que lo justifique, pero humanamente es explicable que un agitador de masas, un orador de plazuela, cuya ambición era llegar a la presidencia, luego de una larga lucha, de prometer todo lo que quisieran los grupos rezagados y empobrecidos, una vez alcanzada la presidencia e incumplir lo comprometido, no quiera ceder el poder.
Ese sábado fue el podium de la más importante plaza pública, incluidos instituciones –Ejército– y símbolos patrios –bandera a toda asta– gobernadores, gabinete en pleno, para lucimiento e inmortalidad de López Obrador, figurando al lado de próceres como Lázaro Cárdenas, del artífice de la expropiación petrolera, ¿por qué no?
El discurso presidencial para la ocasión, profuso en citas históricas, fundamentó que ante la beligerancia de la derecha y para evitar una guerra civil, Lázaro Cárdenas optó por la candidatura de Manuel Ávila Camacho para sucederlo, y no por Francisco J. Múgica, con quien tenía más afinidad ideológica y el cual representaba una mayor certeza de continuidad y profundizar la política social y nacionalista.
AMLO citó al expresidente y general Cárdenas del Río en su inspirado discurso preelectoral: «sólo con el pueblo, sólo con el apoyo de las mayorías se puede llevar a cabo una transformación popular para hacer valer la justicia y enfrentar a los reaccionarios que se oponen a perder privilegios».
Quienes rodean al presidente lo saben, tiene muchos defectos, dicen que es impositivo e iracundo, pero conecta con la gente, es un líder carismático de masas, quien ha trabajado cada día, desde que asumió el gobierno capitalino y luego la presidencia, en el adoctrinamiento del «pueblo», creando una realidad alterna.
En este discurso no faltaron los otros datos para vitorear triunfos del gobierno austero, que eluden dar cuenta de políticas gubernamentales erráticas con aumento en estos cuatro años de más de cuatro millones de habitantes en pobreza, inflación galopante, inseguridad sin control, impunidad casi total, corrupción sin freno, desabasto de medicamentos, aumento de mortalidad por pandemia, por narcoviolencia, por feminicidios, desapariciones forzadas, abusos de autoridad, violación a derechos humanos, espionaje militar, etcétera.
Pero, sin duda, la culminación del mensaje fue la defensa de la soberanía nacional, tema que ha incorporado López Obrador a su discurso nacionalista, gracias a legisladores republicanos estadunidenses que sugirieron la posibilidad de que fuerzas militares de aquella nación intervinieran en territorio nacional para combatir la violencia sin control provocada por narcotraficantes en México, especialmente en estados fronterizos del norte del país, entre ellos los productores de fentanilo.
Ante tal propuesta inadmisible, López Obrador aprovechó para envolverse en el lábaro patrio, y enfatizar: «les recordamos a esos políticos hipócritas e irresponsables, que México es un país independiente y libre, no una colonia ni un protectorado de Estados Unidos y que jamás permitiremos que violen nuestra soberanía y pisoteen la dignidad de nuestra patria».
Verdad es que no podemos permitir una intervención militar extranjera, pero también es verdad que hay razón para que los congresistas estadounidenses critiquen a nuestro gobierno por permitir que los cárteles del narcotráfico se apoderen en vastos territorios donde no hay ley, y la violencia es causa de muerte para cada vez más mexicanos y estadunidenses.
También es cierto que es absurdo negar que en México se produce fentanilo, como pretendió hacerlo nuestro presidente. Este es un problema para el mundo, y para ambas naciones, pero más grave para el vecino del norte, donde 292 personas mueren cada día por consumo de drogas elaboradas con fentanilo.
Los asistentes al zócalo corearon las consignas lanzadas por el mandatario con un Sí o un No. Esto no sería peligroso si no repitiera cada día falacias y argumentaciones sesgadas que generan odios y animadversiones por parte de sus feligreses en contra de personas a quienes declara «adversarios» o «enemigos» del pueblo.
Quiero pensar que esa narrativa es la que motiva acciones condenables entre sus partidarios, como fue la quema de una figura de cartón con la representación de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por parte de morenistas asistentes al mitin del 18 de marzo. Misma que recibió la condena unánime.
El «pecado» de la ministra Norma Piña es no subordinarse a los intereses presidenciales. Personajes con este valor debieran multiplicarse, ellos son quienes merecen la aclamación popular porque defienden los auténticos valores libertarios y democráticos de nuestra Nación, así como el Estado de Derecho.
Lo cierto es que más allá de la retórica, el presidente predicador de «abrazos no balazos» para combatir a la delincuencia con resultados desastrosos e índices de criminalidad sin precedente, tan reacio al principio de su administración a emitir juicios de política exterior, se ha explayado y hasta engolosinado en externar cada vez con mayor frecuencia sus opiniones personales, contrarias a nuestros principios de No Intervención, sin buscar consenso alguno que refleje la opinión de una gran nación, diversa y plural, como es México.
Muchos y muy graves problemas nacionales se esconden atrás de los señuelos que nuestro hábil presidente sabe ondear y vocear ante sus seguidores para distraer la atención y mantener alto su índice de popularidad.
Sus arengas y consignas surgidas en las conferencias mañaneras, principalmente, son reproducidas por el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano y otros medios de difusión que constituyen un vasto aparato propagandístico que urge regular y democratizar para evitar abusos de poder por parte del grupo gobernante.
A este sistema propagandístico se pretende sumar la ocupación de la plaza pública, en un retroceso a la época del partido hegemónico, llenar el zócalo con el “acarreo», usando y abusando de los recursos públicos para realizar un mitin político electoral no debiera ser causa de orgullo, sino de sanción por parte de las autoridades electorales, aunque se pretenda disfrazar el mitin de marras como una fiesta popular con participación libre y voluntaria. Por favor.
No se vale que el presidente Andrés Manuel López Obrador no asuma la lacerante realidad que prevalece en México frente al crimen, y que acuse de mentir al Departamento de Estado de Estados Unidos al publicar el Informe sobre Derechos Humanos en el Mundo, en donde se advierte que la impunidad y las bajas tasas de enjuiciamiento en México, entre otros rubros, son una preocupación creciente.
Debiera preocuparnos la salud mental del jefe del Ejecutivo federal, quien este miércoles 22 de marzo, aseguró que dentro del Departamento de Estado existe un `departamentito´, el que emitió el Informe, que protege al conservadurismo en América Latina, el Caribe y el mundo, qué pueden decir lo que quieran, pero que no tienen pruebas, y que son calumniadores, pues en México no hay masacres, no se tortura, no se violan derechos humanos, no se persigue ni se reprime a nadie. Eso de mantenerse en una realidad paralela, quizá eleve la popularidad del mandatario morenista, pero no ayudará a resolver la compleja problemática que enfrentamos.