La suerte de Cuitláhuac, el indeseable
Revelado en fragmentos a través de un reportaje periodístico, la Iglesia católica mexicana ha divulgado parte del informe que los obispos han hecho llegar a la Santa Sede sobre el estado de las cosas en materia de religión y sociedad en el país.
Sin eufemismos, los jerarcas han destacado que los mexicanos tienen “una presencia generalizada de tristeza, soledad, desesperación, angustia, cansancio, depresión, incertidumbre, miedo, dolor, confusión y vulnerabilidad”; también afirman que a las instituciones católicas les ‘falta fuerza’ para afrontar los desafíos del país, que se percibe “distanciamiento” entre el clero y la sociedad, que se confirma el éxodo de feligresía, que hay frustración y hasta fracturas en el seno de la Iglesia.
Un informe con una tremenda dosis de realidad pero que, al interior de varios círculos eclesiales, también ha sido valorado como pesimista, producto de una mirada desesperanzada y desanimada sobre riquezas invisibles y silenciosas que la espiritualidad, la fe y la tradición religiosa mexicana aún conserva en no pocos aspectos de la vida familiar. Como sea, los obispos tendrán que mantenerse en sus trece cuando hablen de esto en la próxima visita ad limina al Vaticano y reflexionen junto al Papa por qué ni la ‘nueva evangelización’, ni la ‘evangelización de las culturas’, ni del ‘discipulado misionero’, ni el resto de propuestas de largo aliento y amplio espectro asumidos por la Iglesia parecen haber tenido un efecto sensible, visible y constatable entre la sociedad mexicana.
En primer lugar, sin duda, es digno de reconocimiento la forma en cómo los líderes de la Iglesia católica han afrontado el duro diagnóstico y no han tratado de desviar la mirada ni caído en la tentación de responsabilizar a instancias políticas, mediáticas o culturales del doloroso paisaje mexicano eximiéndose de las propias responsabilidades en el proceso.
Sin embargo, y por desgracia, una mirada tan áspera de la realidad puede dar paso a una potencial reacción que inicialmente pasa inadvertida ante este panorama: la validación de la histórica rigidez cognitiva de muchos creyentes integristas, la cual también abunda en varios espacios religiosos. Explico: la asimilación de un panorama donde los desafíos han quedado desatendidos y donde todos los esfuerzos de audacia y creatividad han fracasado puede devenir en un sentimiento oscuro y reaccionario; en la búsqueda de un retroceso a órdenes históricamente superados, en una cerrazón en la manera de percibir el mundo y una incapacidad de generar alternativas actualizadas para solucionar problemas; y aún peor, en la validación de fanatismos, de prejuicios, de repudio y hasta odio ante los cambios.
Es probable que bajo esta perspectiva, algunos sectores religiosos sean seducidos por fantasías del pasado o que confundan la solidez con severidad en el mensaje cristiano; que piensen en código de fines y no de medios, de destinos y no de caminos; que lleguen a definir que la vida es un problema por resolver más que una realidad para experimentar junto a sus congéneres.
Pero también existe el riesgo de que otros ámbitos religiosos queden completamente sumergidos en la lógica del hiper-activismo, tratando de implementar programas, planes, proyectos, subsidios, mecanismos, tareas y un sin fin de formalidades objetivas con las que, a través de los recursos humanos, económicos y técnicos buscarán, si no resolver el problema, al menos esquematizar y sistematizar las acciones a emprender.
Un último apunte: ha sido sumamente oportuno que este 2023 el filósofo surcoreano Byung-Chul Han nos haya presentado su más reciente libro que lleva por título “Vida contemplativa. Elogio de la inactividad”. En él no sólo hace un llamado a recuperar el sentido, el equilibrio, la riqueza y la paz interior sino aporta reflexiones sobre cómo los momentos contemplativos del ser humano son útiles para afrontar la crisis de la sociedad contemporánea, de su vértigo y su crudeza.
Por supuesto que la espiritualidad contemplativa católica tiene una riqueza abundante que ha inspirado a muchas letras nacionales, como aquellos versos de Luis G. Urbina: “Te bendigo, Señor, en la hora buena, / te bendigo, Señor, en la hora aciaga, / te bendigo, en el goce y en la pena. / Te bendigo, en el beso y en la llaga”; pero que hoy también tiene la responsabilidad de compartirse con todos los sectores sociales del pueblo mexicano para que, igual que el mismo Urbina, los hombres, niños y mujeres de hoy puedan asentir al leer: “Y tenía una sola ilusión, tan serena / que curaba mis males y alegraba mi pena / con el claro reflejo de una lumbre de hogar” y redescubrir la paz.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe